El solipsismo y los demás

Recostado en el asiento del taxi, leo a Vila-Matas: solo le atrae lo que no entiende; si lo entiende, lo abandona corriendo, porque no entender es la puerta que se abre.
Acudo a la convención que se celebra hoy en el teatro Freewill y que tratará sobre un interesante asunto: El solipsismo y los demás. Imagino que será un debate muy poco amistoso, pues  los solipsistas son personas muy egoístas que no piensan nada en los demás. Los demás, sin embargo, por lo que observo a través de las redes sociales, son personas eternamente felices, siempre están de viaje, visitando lugares preciosos, cenando maravillosamente con los amigos y sonriendo abiertamente, tal y como demuestran las fotografías que continuamente suben a estos sitios. No tengo contacto directo con estas personas pues cuando los he tenido casi siempre los veo enfadados, muy poco amables y casi nunca sonríen; solo hablan y miran al móvil, imagino que para contemplar a gente feliz.
Por un problema con el taxista, que se confundió de teatro, llego con más de media hora de retraso. Afortunadamente, no hay nadie por los pasillos. Al fondo, resuena el discurso del orador. Cuando entro a la sala, completamente vacía de público, el orador me mira. Observo se gesto desorientado, su mueca de horror. Enfadado, recoge sus papeles y se marcha. Una puerta se cierra. Mi aparición no refutaba su teoría de ningún modo, pero seguramente pensó que mi presencia no era coherente con la estética del acto preparada para un público que tuvo el generoso detalle de no asistir.

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