Lovecraft según Houellebecq




Fue un hombre extraño, al igual que sus escritos. Profundamente apático, hostil a todos los valores del mundo moderno; sufrió durante toda su vida pesadillas. Necesitamos un antídoto supremo contra todas las formas de realismo. Cuando uno ama la vida, no lee. Ni tampoco va mucho al cine. Él se enclaustra en su casa, sólo habla con su madre, se niega a levantarse en todo el día, da vueltas en bata durante toda la noche. Entre los dieciocho y los veintitrés años, Lovecraft no hace absolutamente nada. El mundo le asquea y no ve motivo alguno para suponer que las cosas pudieran ser de otro modo si mirase con más atención. Estoy casi decidido a no escribir más cuentos, a soñar simplemente cuando me apetezca, sin detenerme a hacer algo tan vulgar como transcribir mi sueño para un público de cerdos. Resueltamente anticomercial, desprecia el dinero, considera que la democracia es una tontería y el progreso, una ilusión. La palabra «libertad», tan cara a los norteamericanos, sólo le arranca risitas burlonas. Una actitud típicamente aristocrática de desprecio hacia la humanidad en general, unida a una amabilidad extrema hacia los individuos en particular. Nunca intentó escribir una historia, sino que esperó a que una historia pidiera ser contada. Aunque nunca se hundió en la miseria, tuvo apuros económicos durante toda su vida. El grueso de sus ingresos provenía de sus trabajos de revisión y de corrección. No le parecía conveniente hacer de la literatura una profesión. Según sus propias palabra, "Un caballero no intenta darse a conocer, lo deja para los egoístas arribistas y mezquinos", actitud altiva y masoquista a la vez, salvajemente anticomercial. En la biografía de Lovecraft hay muy pocos acontecimientos: «Nunca ocurre nada» es uno de los temas principales de sus cartas. El capitalismo liberal ha extendido su influencia sobre las conciencias; a la par que él, han llegado el mercantilismo, la publicidad, el culto absurdo y socarrón a la eficacia económica, el apetito exclusivo e inmoderado por las riquezas materiales; hoy, más que nunca, Lovecraft sería un inadaptado y un recluso: la sociedad no ha dejado de evolucionar en un sentido que le incitaría a aborrecerla todavía más. Los ideales de libertad y de democracia, que detestaba, se han difundido por todo el planeta. La idea de progreso se ha convertido en un credo indiscutible. Hacia el fin de sus días llegará a expresar pesadumbre, a veces conmovedora, ante la soledad y el fracaso. Acogerá la muerte con valentía. Enfermo de un cáncer de intestino que se ha extendido al conjunto del tronco, ingresa el 10 de marzo de 1937 en el Jane Brown Memorial Hospital. Se comportará como un enfermo ejemplar, educado, afable, de un estoicismo y una cortesía que impresionarán a sus enfermeras, a pesar de sus terribles dolores, afortunadamente, atenuados por la morfina. Cumplirá con las formalidades de la agonía con resignación, por no decir con una secreta satisfacción. La vida que escapa de su envoltura carnal es para él una vieja enemiga; él la ha denigrado, ha luchado contra ella; no tendrá una sola palabra de arrepentimiento. Y fallece, sin más incidentes, el 15 de marzo de 1937.

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