Volutas




Mientras hablo con Fausto, observo atentamente una voluta de vapor que, saliendo de la olla, va tomando formas humanas al acercase a nosotros. Sus gestos son serenos y contenidos, llenos de una majestuosa dignidad que inspira admiración. Fausto me dice que cree que se trata del espectro de Gilgamesh, el que fuera rey de Uruk hacia el dos mil setecientos antes de Cristo, en Sumeria. En aquel tiempo, las piedras de las grandes pirámides aún dormían bajo la seca arena del desierto egipcio. Recuerdo a este personaje inmortalizado por Sîn-lēqi-unninni en uno de los primeros poemas de la humanidad y que encierra uno de los grandes consejos que puedan darse: "¿A dónde vas, Gilgamesh, la vida que tú buscas nunca la encontrarás". Gilgamesh terminará renunciando a sus sueños infantiles de inmortalidad; desistirá de las glorias vanas y las esperanzas utópicas, y acabará aceptando la realidad y la muerte, fracasado, resignado, pero sereno. Cuatro milenios más tarde nadie ha encontrado nada mejor que aconsejar. Los espectros de Fausto y Gilgamesh salen de la cueva y conversan entre ellos. No sé, no estoy seguro, pero me parece oírles decir: déjale, cree estar aprendiendo algo de los efluvios vaporosos que salen del puchero. ¿Por qué el solipsista, el loco o el positivista acaban siempre creyendo que las voces que oyen provienen de fuera?

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