Camino despacio




Camino despacio, bajo las sombras frías de los árboles. Giovanni y Sócrates me esperan en el Freewill junto a un café caliente y la música de Roberto Gerhard. Mientras tanto, pienso en las palabras del dragón: ¿Por qué divulgar? ¿Te gusta el vulgo? ¿No es mucho mejor brindar lo que escribes, como decía Machado, a la muerte, al silencio y al olvido? Mejor es vivir oculto, y si eso, como en mi caso, ya no es posible, enmascárate. Excepto el solitario, todos vivimos enmascarados. La máscara refleja la esclavitud del que desea liberarse. Son las cadenas del rostro, las que nos atan a la mirada de los otros. Relata Platón que Sócrates decía que para conocernos a nosotros mismos debemos buscar el reflejo de nuestra propia imagen en la pupila de la persona que miramos. Aunque lo que veamos sea la máscara, Giovanni me cuenta que un día se la quitó en un baile de disfraces y detrás no había nada: se volvió transparente y nadie le hacía caso. Le costó encontrarla; se pasó mucho tiempo contemplando los rostros con los que se cruzaba intentando reconocerse. Y nunca volvió a quitársela. Le bastaba con mirarse al espejo, diferente pero destacado de los demás. Recuerdo que cuando tú me mirabas tenía que hacer esfuerzos para no perderme en la oscuridad de tus pupilas, oscuridades profundas que me extraviaban. Pero comencé a desconfiar de tu misticismo cuando tus palabras se tornaron demasiado concretas y abandonaron la idea de misterio. Solo esto deberías haber escrito: una interrogación. Con el tiempo podrías haber añadido una exclamación salvadora: ?! Tras la exclamación, ya todo puede decirse, pero solo poéticamente. Habrá que recordar a los ensayistas lo que deberían reconocer en todos los prefacios de sus libros: que son sus presupuestos -de los que nunca hablan- los que predeterminan sus conclusiones. Y vosotros, los místicos, tomasteis por verdadero lo alucinante, dando prioridad al extrañamiento en vez de a lo cotidiano. Sin embargo, la verdad que machaca a diario, la que nos vuelve inconscientes, la que es ajena a ser recordada, parece mas propia de la rutina que la que surge de la visión relampagueante de lo místico: el anonadamiento se logra mejor con una conciencia automática que ya solo sabe ocuparse de las otras cosas. 

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