E
spero que se cumplan todos tus deseos, pero lo único que proporciona motivos para actuar, para moverse, para vivir, es el amor, los deseos, en definitiva, una voluntad insatisfecha. He permanecido solo muchas veces en las altas montañas, mirando al horizonte, hacia lo más lejano, donde las últimas colinas se funden en el azul del aire enrarecido. Se me saltaban las lágrimas en ese estado de soledad, envuelto en la brisa fría y en un azul demasiado intenso, añorando la lumbre del cálido hogar. Era siempre una mirada misteriosa, pero quizá demasiado fría como para entusiasmarme. Corría entonces, ávido de regresos, deseando el calor de lo familiar y de lo cotidiano. Nunca pude convertirme en vagabundo, ni siquiera de esos que viajan solos con una mochila como único acompañante. Las tierras lejanas me producían una mezcla de hastío y ansiedad, y un único deseo inundaba mi voluntad: el regreso disfrazado de obsesión. Así, apenas era capaz de disfrutar del viaje, no comprendía su encanto, me sentía perdido en aquellos lugares extraños y conocidos a la vez, pues todo es demasiado similar en la tierra, salvo las miradas de sus habitantes. Nunca aspiré a la felicidad, me bastaba la serenidad. Mis mejores viajes se encontraban en los libros, cuya lectura me proporcionaba una anhelada y tranquila felicidad de ermitaño. Huía de las cercanías y de las lejanías. Todo a media distancia, en su justo equilibrio. Ningún contraste. Nada de melancolías ni de ansiedades. Pensaba, por incapacidad, que ningún tesoro podía brillar en los extremos. Esa mediocridad me impidió vivir la vida con ese arte del cual hablan las piedras.
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