Debajo de un piano




Escuchar la Rapsodia para piano y orquesta, de Rachmaninoff, debajo de un piano de gran cola en el Teatro Monumental no es una experiencia habitual. Asistimos, perplejos, a la habilidad técnica de las piernas de Joaquín Achúcarro, bilbaíno de Dallas, y solo cuando se atrevió a saludar pudimos contemplar su sonrisa de 82 años. Debajo de un piano de gran cola el conjunto orquestal aparece algo desequilibrado. De muy buena gana habríamos bajado el volumen del piano que cobraba un protagonismo demasiado egocéntrico para el discurrir de la obra artística. Debajo del piano solo pudimos ver los rostros de algunos de los intérpretes de los instrumentos de cuerda, en especial, el de Mariana Todorova, profesional hasta en los gestos, con su violín del siglo XIX. En el descanso, después del estreno de Sones de fiesta, de Tomás Marco, Kaurismaki nos comentó que los fineses también amaban a la gente, es sólo que no lo muestran todo el rato. Su optimismo actual surge porque su muerte está cerca. Vive en Portugal porque es la zona de Europa más alejada de Finlandia. Viviría en España si no dobláramos las películas. Él no es el que está deprimido, es la humanidad quien lo está. Llegamos a la conclusión de que todo se debe a un exceso de expectativas. Del cielo caían tintineos de las campanas tubulares, los triángulos y la celesta. Tras el Romeo y Julieta, de Prokofiev, salimos del teatro en mitad de una película de Amenábar, con un gélido Madrid desierto de vida. Encontramos una isla de calor en el Cervantes tomando una rica tabla de tostas. A la salida olvidé El olvido de sí, de Pablo d'Ors. Un amable camarero nos devolvió la memoria tras una ligero sprint. Con la clara conciencia de nuestra fragilidad existencial pudimos contemplar, al fondo, tras doblar una esquina, los esfuerzos de Sísifo tirando de una bañera. Eso nos llevó a recordar a Ícaro y aquel episodio del ruidoso coche que pecó de hybris; gracias a némesis, obtuvo su merecido con el calado del motor y la huelga de su batería, mientras desaparecía humillado y se escondía en las tinieblas. 

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