Teatro




Sube el telón. Dos hombres hablan en la penumbra. Una vela encendida sobre una mesa.


ALGUIEN.- ... fui un espíritu lúcido y las apariencias no lograron engañarme. Percibí perfectamente cada detalle del caos. Toda mi vida fue un triste encuentro y descubrimiento de la podredumbre, del error, de lo hediondo. La tragedia inútil de la vida y de todo el universo me parecía el triunfo de las fuerzas ciegas malignas. Ello me llevó a odiar la existencia, en todas sus magnitudes. Me odio. No tengo ganas de existir. Necesito sumergirme en la nada.

DEMONIO.- Eres un fantástico hipócrita. Pecas de soberbia. Las apariencias te engañaron. ¡Claro que te engañaron! La prueba evidente es tu falta de sentido del humor. Tu lucidez no te hizo apreciar el mundo tal como es. Pero tú creíste que sí. Echabas en falta un orden armónico, divino, edénico y, por ese mismo sentimiento, solo apreciabas caos a tu alrededor. ¿Cómo puede notar una disonancia quien no ha disfrutado de una bella armonía? Es falso que tu vida haya sido un continuo padecimiento. Siempre estuviste rodeado de arte y de poesía, que te acompañaron más que cualquier discípulo, a los que despreciabas. Pudiste permanecer callado. Sin embargo hablaste con un altavoz, publicando y publicando, muestra atroz de un pertinaz orgullo. Intentabas provocar, venderte, manoseando la idea del suicidio, pero siempre volvías a acurrucarte a la lumbre de tu cuarto humilde lleno de espíritus de letra impresa. Perezoso, nunca trabajaste duramente, tu austeridad no fue elegida sino fruto de un horror al trabajo. Hablas de la nada como si fuese un lecho de blancas sábanas que flotara sobre una nube. Querías renombre y memoria, que tu existir perdurase en la memoria de los inferiores, que te consideraran un sabio, un santo. ¿Por qué querías despertar la consciencia a la podredumbre? ¿Por qué no te esforzaste en enseñar a apreciar lo verdadero, bueno y bello? Olvidaste la luz y el consuelo. Sus destellos te dejaron ciego. Si es verdad que gobierna el maligno, tú fuiste uno de sus demiurgos. Tengo, por tanto, que darte la enhorabuena, has pasado casi todas las pruebas. Sólo te queda la última: reconocer que eres uno de los nuestros. Cuando lo hagas, te daremos la bienvenida a éste, tu verdadero hogar.

Baja el telón, mientras suena música atonal de un cuarteto de saxofones.


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