Las aciagas compañías




“Los monjes budistas frecuentaban gustosamente los osarios: ¿dónde estrujar el deseo con mayor seguridad y emanciparse de él?”. Cioran en El aciago demiurgo. A mí me ocurre lo mismo cuando estoy en un centro comercial en Navidad. “Bendito tiempo aquel en el que los solitarios podían sondear sus abismos sin parecer obsesos o trastornados (...) La palabra «profundidad» no tiene sentido más que aplicada a las épocas en que el monje era considerado como el ejemplar humano más noble”. Los monasterios, si permanecen, que lo dudo, serán el único sitio donde se pueda abandonar este mundo de manera profesional, y así lograr grandes momentos de soledad que brotan cuando el sentimiento de irrealidad, con una tenue embriaguez, vence a la melancolía o a la culpa, y la realidad áspera se deshace en jirones de niebla que enmascaran la luz, difuminando así las aristas. Antes hubo un proceso: “Situar a alguien es determinar su grado de despertar, los progresos que ha realizado en la percepción de lo ilusorio y de lo falso en el otro y en sí mismo. Ninguna comunión es concebible con el que se engaña sobre lo que es él mismo. A medida que se ensancha el intervalo que nos separa (...) vemos disminuir los temas de diálogo y el número de nuestros semejantes.”


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