El espejo que huye




Un hombre que no conozco quería demostrarme que los hombres son felices, que la vida es grande, que el mundo es hermoso. Pero yo, indignado, refuté todos sus argumentos. Nosotros, hombres civilizados, hombres nuevos, vivimos para el futuro y a merced del futuro. Nuestra vida entera tiende hacia lo que debe venir, está construida en previsión de lo que ocurrirá. Nuestros hombres consagran el presente al mañana. El carpe diem es solo un truco de dudosa eficacia para disminuir de manera efímera nuestras angustias. Los hombres piensan en el futuro, viven para el futuro, consagran perpetuamente sus días actuales a los mañanas venideros. Todo hombre no vive más que para aquello que prevé, aguarda y espera. Toda su vida está hecha de manera que cada instante tiene valor para él solamente en cuanto él sabe que ese instante prepara un instante sucesivo, cada hora una hora, que vendrá, cada día un día que seguirá. Toda su vida está hecha de sueños, de ideales, de proyectos, de expectativas; todo su presente está hecho de pensamientos en torno a su futuro. Todo lo que es, lo que está presente, nos parece oscuro, mezquino, insuficiente. Todos los hombres, lo sepan o no, viven gracias a esta fe. Sin el espejo del futuro la realidad actual parecería torpe, sucia. Sin el lejano perfume del mañana no querrían comer el negro pan del hoy. Todo el presente es sacrificado por ellos en pos de un futuro, que a su vez se volvería presente y sería sacrificado a su vez por otro futuro y así hasta el último presente, ¿hasta la muerte? El futuro no existe como futuro, no es más que una creación y una parte del presente. Soportar la vida inquieta, la vida triste, la vida doliente por este futuro que de día en día huye y se aleja es la más dolorosa necedad de esta estúpida vida. Humanos, si nosotros perdemos la vida por la muerte, consumimos lo real por lo imaginario, valoramos los días sólo porque nos conducen a días que no tendrán otro valor que el de traernos otros días idénticos o peores a ellos… ¡Humanos: toda vuestra vida sería un fraude atroz que vosotros mismos tramáis para vuestro daño, y solamente los demonios podrían reír fríamente de vuestra carrera hacia el espejo que huye! He aquí mis ideas sobre el progreso, sobre el porvenir y sobre la vida, si después de morir la nada nos esperara. El hombre que no conozco se había vuelto nervioso y todo su entusiasmo había desaparecido como un hilo de humo. En vez de responder, se quitó del ojal una de sus violetas y me la ofreció. Yo la tomé con una inclinación, la acerqué a la nariz y su leve perfume me gustó.

Adaptación de El espejo que huye, relato de Papini.

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