Ego tartamudo




Nada debió haber, por eso nada quedó. Podría estar enamorado de sus propias ideas, ve el mundo a través de ellas, pero también le cansan, son instrumento, fin y, a la vez, límite. Observo a Salvador Pániker en un programa con Dragó del año dos mil, cuando ya tenía 73 años. Levanta un acta de tartamudeos, una genealogía de supuesta lucidez, una aproximación al origen retro progresiva. Somos sabios cuando somos niños, la educación nos fragmenta. El escritor de ideas predomina sobre el escritor de imágenes. Tras la meditación sigue igual de deprimido, pero ya no le importa. Un aprendiz de místico que, desde que se lo toma en serio, está menos angustiado: el desapego de la ancianidad sabia. Los jóvenes nunca se enteran de nada, es la época de la soberbia ignorante. La reencarnación es un mito pueril. El místico es un individualista rebelde, que juega con el laboratorio de la conciencia. Aunque las interpretaciones del místico son poco interesantes, el fondo común de todas ellas, su filosofía perenne, es la inefabilidad, que se transmite a través del silencio. La sabiduría de Oriente se utiliza en Occidente como terapia, pero no como estrategia de liberación, sino para rendir más en aquello que nos tiene sujetos, ya sea trabajo, moda, ocio u otras formas de sometimiento social: ser un esclavo eficiente. El taoísmo es la contracultura del confucianismo. Aquí falta ese equilibrio. Desprenderse del ego: leo que las personas con autismo viven como si vieran una película, sin participación propia, les cuesta ponerse en el lugar del otro, darse cuenta de su papel en las situaciones sociales y tener conciencia de su rol dentro de la relación con los demás. No sé, pero me viene a la imaginación que algo parecido nos podría pasar si nos desprendiéramos de nuestro ego y quedáramos en tierra de nadie.

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