El lago ya no es lago, se ha cubierto de nieve. Ahora tengo una llanura delante. Prefiero el lago. Escribo esto observándolo desde la ventana de la cabaña. La temperatura exterior es de 3,5 grados bajo cero. Dentro consigo mantener una temperatura de 16 grados sin mucha dificultad, gracias a la pequeña chimenea y al reducido tamaño de la cabaña. Por la noche, dentro del saco, permito que la temperatura baje a unos 7 grados, así ahorro combustible. A la montaña le sobra esta luz espléndida de hoy. Es una luz positivista, que anima a la acción y no a la contemplación. Este cielo azul, el blanco del suelo nevado y ese sol torturador no es lo que yo busco en la montaña. Busco paisajes nórdicos, tímidos y serenos, paisajes que sugieran, no que impongan, y una atmósfera cambiante, con tendencia al espectáculo. Llevamos muchos días ya con este sol desagradable. Salvo en los escasos momentos en que la niebla viene en mi auxilio y me acoge. Mientras, escucho la sinfonía número uno de Rautavaara, una banda sonora para un mundo interior penumbroso. Rautavaara es un compositor que recrea la angustia tenuemente. No se sumerge en ella, abusando y torturando. Hay claroscuros, momentos de paz y de ligera dicha, pero predomina la penumbra, la oscuridad como amenaza y no como hecho. Rautavaara, Bergman, Kaurismaki, Takemitsu, Hesse, Saariaho, Tarkovski. Autores cuyas ondas espirituales coinciden con las mías. Agradezco a Rautavaara que huya de la melancolía, un sentimiento que deploro con toda mi alma. La melancolía, recordar el pasado mucho mejor de lo que realmente fue, me parece un sufrimiento claramente ilusorio. No me gusta repasar fotos antiguas, esos instantes captados con una parcialidad irreal y tan cargados de una melancólica ilusión de profunda inexistencia. Recuerdo un paisaje de Unamuno en
El sentimiento trágico de la vida donde dice “Qué sería un universo sin ninguna consciencia capaz de reflejarlo y conocerlo? ¿Qué sería la razón objetiva sin la voluntad y el sentimiento? Para nosotros equivaldría a nada —mil veces más terrible que nada… No es, por tanto, la necesidad racional, sino la angustia vital, lo que nos empuja a creer en Dios.” Cuando uno está solo el instante vivido se oscurece. Ahora no quiero positivistas ni pragmatistas a mi lado. Prefiero a los poetas o a los músicos. Tiendo a leer poesía, aforismos abiertos, ambiguos, intuitivos. No quiero ensayos racionales resecos. Últimamente, tampoco soporto a los místicos. Me parece aberrante tomar un estado de embriaguez como fundamento último de la realidad. No debo confundir un estar con el Ser. Me conformo con contemplar la penumbra, como los cárabos en la noche.