Continúa el buen tiempo. Hoy ha amanecido con un grado, nubes altas y un sol tímido, de los que a mí me gustan. No lo tenía previsto, pero he desayunado copiosamente, me he puesto los crampones, guetres, plumas, gorro, braga y guantes y he bajado al pueblo a por provisiones. Aunque dispongo de comida básica y combustible para pasar todo el invierno en caso de emergencia, empezaba a echar de menos la fruta y la verdura fresca y, también, algo de carne y pescado. Mi despensa se compone básicamente de legumbres, frutos secos, leche y café molido, té, aceite, conservas, pan tostado, sopas deshidratadas, embutido, jamón, pasta y poco más. Agua tengo en abundancia, aunque ahora tengo que derretir nieve simplemente cogiéndola en una palangana y metiéndola en la cabaña. Pero periódicamente tengo que ir al pueblo. Hoy, con nieve, he tardado en bajar unas dos horas. Solo he cruzado una palabras con la chica de la tienda. Cargado con ocho kilos en mi mochila, han sido tres horas y media de subida. Suelo bajar una vez cada tres semanas en invierno y bastante más a menudo en verano, se trata de un paseo muy agradable. Una vez asumido que la vida es una suma de expectativas, hemos de recordar que siempre nos quedará la muerte, la personificación misma de la duda, del misterio, del Logos. Podría ser la cúspide de la ontología, la ética y la estética. Por eso nuestras expectativas aquí nunca se cumplen y se quedan siempre cortas en comparación con la potencialidad del bloque intacto que se contempla y completa. El arte es una manera de acercarse a la contemplación de sus destellos.