Lo constante y lo mutable del yo de Heráclito o Hume. La presencia del agua muerta y el antiguo y abandonado jardín cubierto de hojas secas crean un tercer personaje, que gravita sobre los otros dos. Como yo, cuando releo un libro ya subrayado y anotado marginalmente por mí, me percato de que estaba lleno de ideas ridículas, de teorías ya muertas, de entusiasmos caducados hacia cosas y seres que yo ni siquiera recordaba. Un ingenuo orgullo, una inexperiencia del mundo, una ignorancia profunda de los secretos de la vida, que al principio me divertían, terminaron por cansarme, por suscitar en mí una especie de compasión despreciativa que poco a poco llegó a la repugnancia. Ser es como una sucesión de "estares", de estados de conciencia; mi yo presente desprecia a mi yo pasado; y sin embargo en ese tiempo yo creía, más que hoy todavía, ser un hombre superior. Y recuerdo que entonces despreciaba a mi yo pasado, mi pequeño yo de niño ignorante. Ahora desprecio a aquel que despreciaba. Y todos estos menospreciadores y menospreciados han tenido el mismo nombre, han habitado el mismo cuerpo, se presentaron ante los hombres como un solo ser vivo. Después de mi yo presente, se formará otro que juzgará a mi alma de hoy tal como yo juzgo hoy a la de ayer. ¿Quién tendrá piedad de mí si yo no la tengo para mí mismo? Como todos los hombres pienso que soy el único que ha matado a su yo y que vive todavía. El yo contempla a un yo pasado que ha degenerado en uno más.
Texto basado en el relato "Dos imágenes en un instante", de Papini.