El paseante solitario




"Son los de mi retiro, son mis paseos solitarios, días fugaces y deliciosos que he pasado conmigo mismo". Cuando hay luna llena, la noche en una montaña nevada tiene una luz suficiente para caminar y contemplar el paisaje. La nieve refleja la luz y la noche es casi día. Estoy sorprendido porque esperaba que las noches fuesen aquí, a más de dos mil trescientos metros de altitud, más frías; pero debido a la inversión térmica las mínimas se están produciendo en los valles mientras que en las cumbres la temperatura no suele bajar demasiado de los cero grados. Son las once y veinte de la noche. Mi termómetro marca dos grados sobre cero. Apenas hay viento. Contemplo a lo lejos algunas nubes y las cimas nevadas de las montañas próximas que contrastan con el cielo negro. A mi alrededor abundan los grises. La nieve se dibuja entre el gris oscuro de los árboles. El silencio solo lo interrumpe el crujido de la nieve bajo mis pasos. He decidido hacer una excursión nocturna. Me llevará unas tres horas. Solo llevo una pequeña linterna. No la necesito. Hay una claridad espectacular. No existen los colores. Es como una excursión en blanco y negro. Estoy completamente solo. El pueblo más cercano está a unas tres horas montaña abajo. De vez en cuando, una nube oscurece el paisaje, la noche se cierne y tengo que dejar de caminar, ante la falta de luz. Afortunadamente no hay nubes muy gruesas, y las delgadas siguen dejando pasar bastante claridad. No pasa nada. Estoy suficientemente abrigado para pasar una noche en la intemperie. Ya volveré a la cabaña cuando amanezca. Percibo muchas estrellas a pesar de la luna llena. Saco del bolsillo un puñado de nueces y me las como. Todo parece indicarme que solo cuando estoy solo me siento sujeto, mientras que acompañado suelo sentirme objeto: "no estoy en mí más que cuando estoy solo, fuera de ahí soy juguete de cuantos me rodean". Rousseau escribió Las ensoñaciones del paseante solitario para él mismo. Se publicaron póstumamente. Personaje indolente, "nada tiene la vida activa que me tiente", contemplativo pero que necesitaba algo de movimiento y de ahí su pasión por el paseo. "El tumulto del mundo me aturdía, la soledad me hastiaba, tenía sin cesar necesidad de cambiar de sitio". Sus ensoñaciones son el producto de su rechazo de lo real por el que acabará refugiándose en sí mismo: "amo demasiado mi gusto y mi independencia para ser esclavo de la vanidad (...) he nacido con un amor natural por la soledad (...) saco más provecho de los seres quiméricos que reúno a mi alrededor que de los que veo en el mundo". Para él toda escritura que pretenda comunicar algo a terceros se convierte en poco auténtica. Fue un maniaco e hipersensible que apreciaba segundas intenciones en todos los demás y que, por tanto, acabaría solo. Sentir la sociedad como algo impuro y contaminante es el inicio: "conozco mis grandes defectos... Con todo, moriré lleno de esperanza en el Dios supremo". No concebía cómo un siglo tan ilustrado como el suyo hubiera generado tanto ateísmo. De tanto creer en la realidad los ojos se deslumbran y "el corazón se encoge".

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