Nada más que escribir




Me levanto muy temprano, todavía no ha amanecido. En la cabaña no hace frío, pero miro el termómetro y marca ocho grados en el exterior. Una ligera lluvia salpica los cristales. Me preparo un café. Solo el olor ya me reanima. Me siento en la mecedora y enciendo la lámpara. Sorbo el café caliente. Leo “Suicidios ejemplares” de Vila-Matas: "Me gusta mucho ser flaco y desgraciado. Cuanto más desgraciado soy más me río yo. Esta vida es de risa, lo mejor es ir hacia todo eso riendo, con una absoluta falta de seriedad". Estoy convencido de que no podré soportar esta absoluta soledad. Tan solo he traído una veintena de libros. La mayor parte de ellos ya leídos: Schopenhauer, Cioran, Houellebecq, Herman Hesse, Murakami, Giovani Papini y Vila-Matas. No necesito más. Pensé en traerme a Nietzsche, pero su desequilibrio impactaría demasiado en mi volátil personalidad y podría enfermar excesivamente. Pienso que el hombre sigue teniendo la necesidad de que alguien le observe. Solo los espíritus más religiosos sienten que Dios los está observando y nunca se sienten solos. Confieso que yo siento también esta presencia. Jamás sabré de dónde procede este sentimiento tan reconfortante. Soy una persona de pocas palabras. Para qué hablar. Solo merece la pena hablar para decir la verdad. Pero, ¿cuál?  Los hombres caídos bastante tenemos con aguantar la angustia, y sabemos que nunca recuperaremos la paz de espíritu en esta vida. Una esperanza nos acompaña siempre. Ayer leí en el periódico que un hombre falleció cuando se disponia a suicidar. Parece que resbaló de la azotea. Seguramente solo quería llamar la atención. La tragicomedia de la vida misma. Debería haber decidido hacerse cosquillas hasta morir. Hubiera sido más apropiado con su destino. El suicidio es la única libertad auténtica que tenemos en esta vida, sin la posibilidad del suicidio ya me habría matado hace mucho tiempo. El suicidio es un acto afirmativo, que busca algo con contenido, una puerta de salida hacia un lugar mejor. Pero, ¿qué prisa tenéis? Y eso me quita el disfraz: todavía tengo mucho apego por esta vida. La tortura nos desgasta en forma de insatisfacción permanente. El hombre solo se encuentra bien en otro lugar, en otra circunstancia. El viajero es la ingenua persona que cree que solucionará su insatisfacción cambiando de lugar. "Tú si que huyes de la plenitud". ¡Claro! Querer lo imposible es no querer nada, pero querer lo posible es conformarse con degustar la melancolía. "La vida es inalcanzable en esta vida, está tremendamente por debajo de sí misma. No existe la menor posibilidad de alcanzar la plenitud". Recuerdo el Bartbely: "Los bartlebys, son esos seres en los que habita una profunda negación del mundo". Casi todos los hombres son esclavos porque no se atreven a pronunciar la palabra "no”. Saber decir "preferiría no hacerlo" se convierte en una oración sanadora. "Son las dos de la tarde, escucho música de Chet Baker. Hace un rato, mientras me afeitaba, me he mirado al espejo y no me he reconocido. La radical soledad de estos últimos días me está convirtiendo en un ser distinto. De todos modos, vivo a gusto mi anomalía, mi desviación, mi monstruosidad de individuo aislado. Encuentro cierto placer en ser arisco, en estafar a la vida, en jugar a adoptar posturas de radical héroe negativo de la literatura (es decir, en jugar a ser como los protagonistas de estas notas sin texto), en observar la vida y ver que, la pobre, está falta de vida propia. Siempre me ha funcionado bien este sistema de viajar a la angustia de otros para rebajar la intensidad de la mía. Hölderlin tuvo un imitador involuntario en Robert Walser. El primero estuvo los treinta y ocho últimos años de su vida encerrado en la buhardilla escribiendo versos raros e incomprensibles. El segundo pasó los veintiocho últimos años de su vida encerrado en los manicomios de Waldau, primero, y después en el de Herisau, dedicado a una frenética actividad de letra microscópica, ficticios e indescifrables galimatías en unos minúsculos trozos de papel. Toda la obra de Walser, incluido su ambiguo silencio de veintiocho años, comenta la vanidad de toda empresa, la vanidad de la vida misma. Tal vez por eso sólo deseaba ser un cero a la izquierda. Todos los días engroso la lista de las cosas de las que no hablo; el mayor filósofo sería aquel cuya lista fuera la más extensa. Cuanto más marchan los hombres, tanto más se alejan de la meta. Gastan sus fuerzas en vano. Piensan que andan, pero sólo se precipitan —sin avanzar— hacia el vacío. Eso es todo. No vale la pena esforzarse y tener que acabar sometido al confuso juicio del necio vulgo. No es ningún drama vivir tan aislado, pero de vez en cuando siento aún la necesidad de comunicarme con alguien. El verdadero héroe es el que se divierte solo. Fue una vieja aspiración esta de no hacer absolutamente nada, que es la cosa más difícil del mundo, la más difícil y la más intelectual. Cuando no conocía la vida, escribía; ahora que conozco su significado, no tengo nada más que escribir."



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