El día de mi cumpleaños estuve solo, caminando a orillas de la laguna. Luego me senté un buen rato en el Jardín P. mientras tres viejos y unos adolescentes cotorreaban en los bancos de enfrente. Terminé de hojear el número 401 de la Revista de Occidente, casi sin interés, para terminar subrayando que para Hermann Broch "todo gran mosaico narrativo (entiéndase la novela) tenía que estar irremediablemente atravesado por líneas de fuga filosófico-ensayísticas (...) detrás de todo genio narrativo hay un pensador". Complicado. El arte no está para explicar nada, pero quizás sí para hacerse preguntas o sumergirte en otros estados de conciencia. Desde luego así funciona Thomas Mann; no así Murakami ni Mario Levrero; Vila-Matas está en medio. Y quizá por eso me aburre Patrick Modiano. He tirado su
Barrio Perdido a la papelera. Habré leído unas ciento treinta páginas y no hay nada subrayado, nada anotado, nada reflexionado. Vacío, solo relleno de anécdotas sin interés, contadas por alguien que se considera fantasmal pero que más bien parece una fábrica de heces hastiada. Final de partida. Solución: la papelera. A otra cosa.