Schelling: Propedéutica de la filosofía, 1860

 




Todo comienza con una idea naif: la admisión de la realidad de lo percibido como realidad última y su conocimiento por los sentidos como acceso determinante, o sea el empirismo más vulgar o realismo ingenuo. 

Al comienzo ni siquiera le son familiares al principiante los problemas de la filosofía; él no comprende por qué en filosofía se pregunta por el fundamento de algunas verdades que hasta entonces consideraba obvias [...] la oración “yo soy, y hay cosas fuera de mi” asume para él el lugar de una verdad absoluta.

Cuando la conciencia busca fundamentar lo que afirma como existente, se da cuenta que ella misma no conoce nada en general, ni revisten sus afirmaciones por la experiencia el carácter de necesidad: son particulares y contingentes. Tenemos los resultados, pero faltan las premisas. 

No se trata de que los fundamentos de la filosofía no sean suficientes en sí mismos y deban ser fundados en otra cosa, mucho menos en una necesidad objetiva, sino por una razón subjetiva.

Una tarea básica de la filosofía es explicar de un modo justificado y racional cómo es que el conocimiento pudo llegar a establecer sus afirmaciones, cuáles son sus condiciones de posibilidad y en qué se fundamenta. Las ciencias fueron un gran aporte, pero sus respuestas siempre han sido parciales, fragmentarias, penúltimas, van desplazando la interrogación a medida que “avanzan”. Estamos limitados a pensar desde distintos contextos conjeturales, a veces, manejables, creencias sin mayores justificaciones, como el sentido común, el triunfo de los estereotipos mediatizados por la cultura y la moral. 

Denominamos esfera de la experiencia a la esfera de lo finito en relación a nuestro conocimiento general.

La filosofía se cuestiona todos sus prejuicios porque es el ejercicio de revisión de las “fundamentaciones” de esas afirmaciones, su aceptabilidad o no, poniendo en cuestión los presupuestos más habituales. 

Las proposiciones de la experiencia se prueban por medio de la inducción [...]. Pero esto no es en absoluto una generalidad verdadera o rigurosa, sino sólo supuesta [...]  a partir del hecho de que hasta ahora algo se haya observado continuamente no se sigue que también lo será sin excepción [...] ninguna afirmación surgida de la experiencia puede decirse que sea necesaria.

Se impone saber cuánto de lo que llamamos conocimiento viene “de nosotros” y cuánto viene “de fuera”. 

La filosofía es la ciencia que tiene como objeto subjetivamente la armonía absoluta del espíritu consigo mismo.

Se buscó en el cosmos y su materia, en lo divino, en el ser humano,  en la historia. Trató de explicarlo mediante causas, mediante la libertad, mediante ¡el azar! y la necesidad. 

Un observador honesto de la “realidad” reconoce cuántos prejuicios ha tenido en sus afirmaciones, cuántos errores y límites en sus opiniones, y cuánta subjetividad en sus juicios. 

Las ciencias llaman ‘causa’ a lo que nunca dejará de ser indicio; llaman ‘evidencia’ a lo que es fruto de una estadística favorable. Todo porque estas relaciones no están fundadas si no se sostienen sobre algo absoluto, o sea no relativo contextual conjetural. 

La filosofía como reflexión de la conciencia sobre sí misma. Si lo que la conciencia tiene del mundo exterior y de otras conciencias son sólo representaciones, la deducción más lógica es considerar a la realidad como perfectamente prescindible e innecesaria. Pero, ¿y el dolor? ¿Por qué interactuamos con esa  realidad contingente para evitar dolor y sufrimiento? ¿Y por qué sufrimos por enfermedades mentales ajenas a nuestra voluntad, imaginamos cosas y sufrimos con ellas, padecemos dolor en sueños o alucinaciones? ¿Por qué para un moribundo, la realidad ya carece de interés? 

Schelling no es honesto cuando al inicio de sus lecciones de Erlangen afirma que quienes entran en la filosofía deben abandonar toda esperanza, todo deseo, y no querer nada, hasta perder la propia vida, para ganarlo todo y

encontrar un principio en el cual se pueda comprender la realidad total como una posibilidad suprema.

Al final se enreda en cuestiones demasiado áridas y sin ningún interés. Desconecto cuando comienzan a hablar de esencia, de Spinoza o de Fichte. Porque la conciencia no sólo se carga de saber y de conocimiento; lo más importante son los deseos, las emociones y los dolores, que proporcionan interés. Saber, querer, deber y poder. Qué es el deber sino un deseo de largas miras mediatizado por la moral del grupo de pertenencia. Qué es el poder sino el intento de manejar el sufrimiento y el dolor en esa realidad onírica. Tanteos que a veces parecen funcionar.


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