Kant, Jung y Lévi-Strauss


Nadie sabrá nunca de qué forma tan obsesiva me dediqué a rastrear las huellas de tres fantasmas: el a priori kantiano, los arquetipos de Jung y las estructuras de Lévi-Strauss. No es una tarea sencilla. Es como intentar atrapar el eco de una conversación que nunca ocurrió, pero que resuena en los pasillos de la filosofía, la psicología y la antropología. Los tres conceptos, como viejos amigos que se han peleado y reconciliado mil veces, comparten un aire de familia, pero se miran con desconfianza, cada uno celoso de su propio misterio. 

Kant paseaba con la precisión de un reloj suizo. Racionalista austero, sus categorías son universales, necesarias, casi matemáticas. No hay lugar para el desorden o la pasión. Su a priori es una especie de anteojos invisibles que el hombre lleva puesto desde que nace. No son ideas, ni imágenes, sino las condiciones mismas bajo las cuales podemos pensar o percibir algo. Espacio, tiempo, causalidad: los moldes vacíos de la experiencia. No se conoce las cosas en sí mismas, sino que se conocen a través de estas formas previas, tejidas en la urdimbre de la mente. No son contenidos, son las reglas del juego. 

Jung, el explorador de los sótanos del alma, místico disfrazado de científico, cree que sus arquetipos no son moldes vacíos, sino imágenes primordiales, cargadas de afecto y significado, que habitan en lo que él llama el inconsciente colectivo. Son como los sueños recurrentes de la humanidad: el héroe, la madre o el dios. Se heredan, son patrones, pero no fríos como los de Kant, sino cálidos y llenos de historias que se repiten en mitos, cuentos y pesadillas. Si el a priori kantiano es un arquitecto que diseña la estructura de la mente, los arquetipos de Jung son los poetas que llenan esas estructuras con versos primordiales.

Lévi-Strauss, el antropólogo que, como un detective de mitos, buscaba las reglas ocultas detrás de las historias que las culturas se cuentan a sí mismas, cree que sus estructuras no son ni los moldes abstractos de Kant ni las imágenes cargadas de Jung. Son los patrones lógicos que subyacen a los mitos, los sistemas de parentesco, las formas de cocinar o de nombrar. La mente humana es una máquina de clasificar, de establecer oposiciones binarias que dan sentido al mundo. Sus estructuras son como un código secreto, un alfabeto universal que no se ve, pero que está en todas partes, desde las aldeas amazónicas hasta los rascacielos de Manhattan.

Como cartógrafos de lo invisible, cada uno dibuja un mapa distinto de la misma selva. El a priori kantiano es la gramática de la percepción; los arquetipos de Jung, los relatos que esa gramática permite contar; las estructuras de Lévi-Strauss, las reglas que organizan esos relatos en sistemas coherentes. O eso creo.



 


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