La sociedad abierta y sus ventrílocuos

Platón es el ventrílocuo de Sócrates. Hubo algún otro, como Jenofonte, que solo pudo darle una voz afónica y poco relevante para alguien sin voz, como Sócrates. No fue ágrafo porque Platón nos lo muestra escribiendo antes de morir, pero no nos dejó ningún escrito. Aristófanes directamente lo ridiculizó como inquilino de su pensatorio. Entre el Fedón, el Menón, la República y el Protágoras, se cuela otro de mis libros de cabecera, La sociedad abierta y sus enemigos, un manual de la democracia liberal que, paradójicamente, se desarrolla contra Platón, entre otros. La nostalgia edénica que impregna los diálogos platónicos es la nostalgia del pleistoceno que impregna la mentalidad ilustrada. El autoritarismo de una razón que se cree inmune a su propia impotencia. Cuando Platón pone en boca de Sócrates puntos de vista escépticos, Popper se los adjudica a Sócrates; y cuando Platón pone en boca de Sócrates puntos de vista dogmáticos, se los atribuye a Platón. Confunde al ventrílocuo con su muñeco. El artista, el genio, el líder espiritual de Occidente no es otro que Platón. La influencia que pudo recibir de Sócrates es desconocida y solo podemos inferirla a través de los escritos del propio Platón. De estos textos seminales parten todas las raíces, troncos y ramas del pensamiento actual. Sus planteamientos no han sido superados. Por supuesto, sus conclusiones varían a lo largo de su obra y son discutibles. La propia vida práctica de Platón es la historia de un fracaso, el que va del idealismo al pragmatismo. Siracusa es el lugar donde Platón se confunde con Sísifo y tropieza tres veces con la misma piedra. La pesada roca está a punto de acabar con su vida, aunque con lo que verdaderamente acaba es con un idealismo que aun no podía tener la consideración de ingenuo. De modo similar, los evangelistas son los ventrílocuos de Jesús de Nazaret. Escribieron más de treinta años después de la crucifixión, a partir de un remanente oral y algunos copiando del otro. Siglos antes, cuando la filosofía balbuceaba, surgieron las voces moralistas de Confucio, Lao-Tsé o Buda. Platón pudo revestir de profundidad filosófica a las enseñanzas también moralistas, simplistas y buenistas del judío heterodoxo. Con la ayuda de Pablo de Tarso y de los Padres de la Iglesia, Platón se deslizó entre la exégesis del Nuevo Testamento, y sus escritos se salvaron de la quema, copiándose una y otra vez, hasta llegar completos a nuestros días. Fuera de unos pocos papiros fragmentarios, cuyo testimonio en conjunto es marginal, lo que nos queda más antiguo son alrededor de ciento cincuenta manuscritos copiados a partir del siglo IX. Es decir, entre esos manuscritos y los autógrafos transcurrieron al menos trece siglos. También tenemos otras fuentes literarias antiguas, como comentarios de sus obras,  traducciones, citas, alusiones o escolios. A veces, Platón parece decirnos que la verdad absoluta es alcanzable. Pero los sabios que dicen haber logrado salir de la caverna han quedado cegados por la luz del sol. No sabemos si momentáneamente o para siempre, pero algo es indudable, la ceguera continúa. Porque, como dice Platón en boca de Sócrates, de qué verdad hablan aquéllos que ni tan siquiera han conseguido conocerse a sí mismos.






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