¿Tiene significado la música?
Interesante entrevista a Luis Ángel de Benito, presentador de Música y significado, de Radio Clásica, publicada en Filosofía & Co.
En diferentes momentos de la historia han existido imperativos estéticos muy marcados. Haydn hacía sinfonías como si fuesen tratados morales, pretendiendo transmitir pensamientos con su música, por lo que precisaba compartir un código con los escuchantes. La Novena sinfonía de Beethoven se puede disfrutar sin más porque es música bella, pero si, además, se conocen los entresijos semióticos de Beethoven, se llega mucho más profundamente a lo que él quería decir.
Cuando se escucha una melodía ¿fascina porque por su naturaleza es fascinante, o porque tenemos un sistema de percepciones y de filtros que nos la hacen fascinante? Según de Benito, hay cosas que sí son naturales, como el gusto por la consonancia. La escala pentatónica (las teclas negras de un piano, por ejemplo) técnicamente es una escala que no tiene disonancias y suena muy bien siempre.
No todo el significado musical, añade, está reglado culturalmente, siempre hay un margen de interpretación, un sentido intuitivo. Hay músicas que no tienen la menor intención de ser significativas, como las fugas de Bach, en las que simplemente fascina observar cómo va el tema, cómo se conduce, cómo se enfrenta a los contratemas, y no hace falta sacarle a eso ningún significado, ni Bach pensó que lo tuviera. Es verdad que siempre se puede interpretar, es una facultad propia del ser humano. La música tiene esa capacidad para dar forma al vasto universo simbólico del ser humano para el que las palabras dejan de servir.
Hay una especie de dogma que dice que la historia de la música es la historia de la aceptación de la disonancia. En el siglo XI, el organum paralelo; en el siglo XIV, el acorde mayor estándar, do-mi-sol; en el siglo XVII, el acorde de séptima; en el siglo XVIII, el acorde de novena, y en el XIX, todas las disonancias: séptima disminuida, séptima semidisminuida, sexta aumentada, quinta disminuida, etc. A finales del XIX la gente escucha cosas como la novena sinfonía de Mahler, que ya está en las postrimerías de la consonancia. Irrumpe Schoenberg y piensa que, como la historia ha ido así, a él lo que le toca es romper del todo con la consonancia, y crea el atonalismo. Antes había disonancias, pero se alojaban entre consonancias, creando tensión y alivio, esa es al menos la doctrina romántica. Pero Schoenberg cree que a él le toca dar un paso más, suprimir toda consonancia. No tuvo éxito, su música no caló, casi nadie la escucha.
Sin embargo, a toda la gente le gusta la música clásica, pero muchos no lo saben. En las películas, cuando esas formas clásicas o vanguardistas se presentan en un buen conjunto, encantan e influyen, acaso demasiado, en la percepción artística y emocional. Sin música atonal, muchas películas de suspense o de terror habrían resultado bastante menos intensas.