Stephen Hawking, creyente

Vivimos rodeados de mentiras, eso no es ninguna novedad. Hay que reconocer que la mayor parte de ellas hace la vida más agradable. Quizás la verdad esté sobrevalorada. Pese a ello, más que lector de tramas argumentales, soy explorador de libros de ideas, buscando siempre la verdad perdida.

Tras la muerte de Stephen Hawking, un científico famoso no por sus trabajos sino por su situación personal, entre el consabido blablablá de los medios de comunicación, leí una columna que opinaba que, más que científico, Hawking era un místico. En mi opinión, Hawking predicaba con la autoridad infalible que la sociedad actual otorga a lo «científico» —lo sea o no—, pero sus conclusiones teóricas no tienen todos los requisitos necesarios para ser estrictamente científicas, pues les falta poder ser falsables y poder ser objeto de experimentación. Un teórico que abusa de los dogmas, las hipótesis y las conjeturas, algo que no es malo de por sí, pero que debe explicarse, reconocerse y admitirse. Los científicos son propensos a no admitir sus dogmas, acaso porque son incapaces de apreciarlos, y como no encuentran resistencias en la sociedad actual, abusan de ellos sin piedad.

Es un dogma la creencia indemostrada en que lo mental es consecuencia del ente físico-material. No sé a qué se debe ese empeño en no admitir que lo mental pueda ser lo primero y fundamental.

Es un dogma la creencia en que lo físico-material es la cosa en sí, el noúmeno kantiano. Y también confundir algunos fenómenos con el noúmeno, pues debido a que lo que la mente puede percibir es solamente lo fenoménico, jamás podrá asegurarse una relación directa con lo nouménico.

Es un dogma la creencia absoluta y necesaria en la causalidad, y en la creencia en la regularidad de esa causalidad.

Por qué toman como últimas y suficientes teorías que no son sino penúltimas y muy deficientes como el Big-Bang, o la misma selección natural que deja todo el peso de la creación de especies, además de en la desaparición de los individuos menos adaptados, en un proceso supuestamente azaroso dentro de las mutaciones. Cuando una teoría explica algo basándose en el azar, deja de ser estrictamente teoría, como ocurre con la misma Física Cuántica. Lean a Heisenberg, lo explicó mucho mejor, podrán entender las paradojas de Zenón de Elea e, incluso, la del gato de Schrödinger.

La gente tiende a creer que lo científico es un método de conocimiento ajeno a la creencia. Mejor sería admitir de una vez por todas que cualquier tipo de conocimiento es necesariamente dogmático, pues ante la ausencia de Verdad Absoluta cualquier «verdad» debe apoyarse sobre cimientos podridos e inestables. Todo marco teórico necesita de unos bases, hipótesis, axiomas o supuestos que no pueden demostrarse sin caer en la tautología. Lo que la ciencia hace muy bien es cuidar de que no haya después inconsistencias e incoherencias, algo que la aleja de lo supersticioso; pero su estructura se apoya en un vacío que se rellena de dogmas. Así, todo conocimiento es de alguna manera manoseador de creencias, como lo «religioso», y no pasa nada por reconocerlo.


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