Sábado

No sé si la realidad es una arbitrariedad ni si por ello hay que estar prevenido, pero bajo el espesor de lo alucinatorio, siempre sospechosamente presente, el tan apreciado proceso de prueba y refutación, fuera del propio marco de la alucinación, me parece un sinsentido. Una alucinación jamás podrá demostrar su carácter ilusorio dentro de su propio marco teórico, pues solo desde fuera, es decir, desde otra alucinación que la englobe, podrá afirmarse la pura fantasía de la alucinación primordial. Según Arrabal, Apollinaire fue el primero que habló de la posibilidad de que exista una realidad por encima de la realidad, olvidándose intencionadamente de Platón y de los Vedas.

Es sábado por la mañana y pienso en todas esas bobadas recurrentes. Mientras desayuno unas tostadas con tomate en La Coqueta, me encuentro con Jorge Wagensberg sin que me dé tiempo a poder darle esquinazo. Me pilla muy desprevenido, con la guardia baja, y aprovecha para soltarme toda una retahíla de sus aforismos a la que me veo obligado a responder:

—Una creencia religiosa siempre se deja confirmar por la realidad, pero nunca se deja desmentir por ella —me dice.
—Eso me suena demasiado a Popper —le digo bostezando.
—La religión es un placebo existencial —insiste.
—Si se refiere a un placebo de los opiáceos, esa frase me recuerda en exceso a Marx.
—En una religión existe el misterio, sí, pero nadie espera que deje de serlo; en ciencia existe el misterio, también, pero todo queda pendiente a que el misterio se resuelva.
—Algunos esperamos a que el misterio quede aclarado tras la muerte, ya sea en la otra vida o en la nada insustancial. Y la ciencia lo único que hace es desplazar el misterio a medida que "avanza" hacia un horizonte que huye a la misma velocidad.
—Lo inexplicable no lo es menos por la mera invención de una palabra que lo nombre.
—En eso lleva toda la razón, los científicos saben mucho de ello; en su ilusorio progreso no paran de nombrar sus descubrimientos, mientras el horizonte los observa de lejos.
—Toda teología arrastra una contradicción intrínseca: el estudio racional de lo irracional.
—Estoy de acuerdo pero eso también vale para la ciencia. La teología es racional a partir de un dogma supuestamente revelado que asume como tal, pero la ciencia no es capaz de reconocer ni asumir los dogmas sobre los que necesariamente se sustenta todo principio de realidad —le digo mientras cierro el periódico y apuro mi café.

Por la tarde, me desplazo a Madrid y durante el trayecto leo a alguien que dice que San Agustín escribió que el mundo es un libro y aquellos que no viajan solo leen una página. En el siglo V seguramente eso era así, pero hoy, me temo, gran parte de las páginas de ese libro son facsímiles de la primera.

Camino por las calles y, observando un sinfín de rostros cabizbajos, no por mirar al suelo con abulia o tristeza sino por dirigir la mirada ávida a sus smartphones, recuerdo esta frase: El pez se equivoca si cree que el pescador ha venido para darle de comer. Sería obligatorio poner esta cita en todos los programas electorales para evitar muchas frustraciones de aquellos votantes esperanzados en la llegada, reconocimiento y elección del enésimo mesías redentor, cuando es mil veces preferible un grisáceo gestor que haya leído con aprovechamiento el Tao Te King.

Por la tarde asisto a una conferencia en la Fundación Juan March, convencido de que hubiera sido más divertido haberme quedado en casa. Apunto esta sola idea dentro de un blablablá tedioso que ha superado la hora de duración: La agudeza del intelectual de nuestro tiempo no está en plantear soluciones sino en visualizar los problemas, reflexiona el pensador estadounidense Fredric Jameson. Además de discutible, la frase se parece mucho a esta otra cuyo autor me suena: Evolución es cambiar las respuestas; revolución es cambiar las preguntas. Y la sombra de Jorge Wagensberg, esta vez un poco inquieta, desaparece detrás de unos arbustos.


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