Debussy, Borges, Protágoras, Aramburu y Horacio

Barenboim: «Debussy alteró el curso de la historia de la música europea acuñando una nueva concepción del color». Hay color en El mar y mucho ruido en el Guernica.

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Admiro a Protágoras. En el diálogo homónimo de Platón puso en muchos aprietos a Sócrates, una de las pocas veces en que este salió derrotado, al menos en la pura dialéctica. Pero en el fondo ganó Sócrates porque intuía que existe el Bien, aunque solo pudiera percibir el bien, sin confundirlo con aquel. El sentimiento de absoluta dependencia, el recuerdo de un paraíso perdido y la esperanza del regreso le llevaron a pensar en algo desconocido como medida de todas las cosas. Sé lo que no es, pero no sé lo que es. Me gusta escuchar tras el velo.

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La Academia Sueca ha desvelado el informe del Nobel de 1967: Borges era «demasiado exclusivo o artificial en su ingenioso arte en miniatura»; tampoco les gustó «la tendencia nihilista y pesimista sin fondo de la obra de Samuel Beckett», aunque al final el irlandés se llevaría el premio en 1969 y Borges moriría sin necesitar el voluble reconocimiento del club.

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«Creo que las autoridades educativas harían bien en introducir clases de soledad en los colegios. Serían económicas. Ni siquiera precisarían de personal docente especializado. Aprender a estar a solas y en silencio con los propios pensamientos es un arte que no todo el mundo domina», dice Fernando Aramburu. Todo el mundo huye de semejante estado calamitoso y rellena su agenda de frivolidades divertidísimas. Así no me extraña.

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A veces el hablar solo se hace con difuntos. En mi caso, murieron hace más de dos milenios. No creo que me escuchen. Non omnis moriar. «No moriré del todo» (Horacio, Odas, 3, 30, 6). La vida del artista se prolonga en el tiempo solo por la sombra que proyecta su luz.



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