La Teresa de Mayorga
En alguna esquina de mi biblioteca, donde los libros se amontonan, me topo con La lengua en pedazos, de Juan Mayorga, un texto sobre las palabras insuficientes, pero también inevitables. En esta obra, Teresa de Ávila, la santa, la mística, la escritora, la insurrecta, se enfrenta a un inquisidor, por una vez, bastante acertado. No sé la intención del autor, pero el inquisidor me cae muy bien. Un combate verbal donde la sospecha del inquisidor se impone a la subjetividad arrogante y divinizadora de Teresa. Dice Inquisidor: "la imaginación es la loca de la casa. De niña frecuentabais libros de caballería. Gustáis, desde niña, de fantasías. También lo son esas visiones del Señor. Como tantos charlatanes que en estos tiempos abundan". Prosigue: "De lo que no se puede hablar, más vale callar. Las palabras ni siquiera son sombra de aquellas cosas. Si la lengua dijera verdad sobre el cielo o el infierno, se rompería en pedazos. No podemos hablar de lo único que importa". Esta frase es puro misticismo a lo Wittgenstein, un eco del Tractatus que Mayorga desliza en boca de Inquisidor. No quiere silenciar a Teresa, quiere convencerla de que lo divino, lo absoluto, está más allá de las subjetividades y palabras que se deslizan en un acto de soberbia. La lengua se rompe, sí, pero en esos pedazos está la vida, el intento, el riesgo. En su fracaso nace el arte, el teatro, la literatura. Teresa no calla, porque callar sería rendirse. Y en esa cocina, entre pucheros, su lengua rota sigue hablando.
Dice Teresa: "Las que os piden que me echéis en cárcel, ésas no me conocen. En cárcel estaría contenta de no hallarme en tanto ruido. Me trae molida tanto andar con gente. Tengo envidia de los que viven en desiertos". Teresa, en esta confesión, se revela como una misántropa, alguien que prefiere no lidiar con el ruido del mundo. Esta envidia por los eremitas, por los que se retiran al desierto para estar a solas con sus pensamientos, con sus visiones, me atrae. Teresa no teme la cárcel; teme la multitud, las voces que la distraen de lo que considera esencial. Mayorga la pinta como una escritora que escribe para escapar, para encontrar un silencio que no es ausencia de palabras, sino plenitud de ellas. Teresa anhela un desierto donde su lengua pueda hablar sin interferencias, donde pueda ser ella misma, aunque sea en pedazos.
Pero el Inquisidor acierta: "Confundís la voluntad del Señor con vuestra propia vanidad". ¡Exacto! Acusa a Teresa, con razón, de soberbia, de disfrazar su ego con visiones divinas. Tal vez la vanidad no sea escribir, sino callar cuando se tiene algo que decir. Continúa el inquisidor citando a Teresa: "'Todo se gana en perderlo todo por él'. Sois amiga de paradojas, como suelen serlo los de hablar torcido. Vuestros escritos están llenos de ellas, y de imágenes cifradas". Las paradojas no son el idioma de los que ven más allá, no, son solo fuegos de artificio huecos. Confiesa Teresa que en los libros ha encontrado el consuelo que no me dan las gentes. Sólo eso deseo, estar a solas con él solo. Otro préstamo, está vez de Plotino. Aparece Teresa como alguien que busca en las palabras lo que el mundo le niega.
La lengua en pedazos es un diálogo que no termina, y también un desafío a callar. Teresa, en esta obra, es una escritora que lucha contra el silencio, contra la sospecha, contra el ruido del mundo. Inquisidor, con su argumento implacable, lo que hace no es censurar la imaginación, sino sujetarla para que no se desboque hacia la enfermedad y la locura disfrazadas de misticismo.