Un pacto precario nos salva del silencio


En este libro, Lordon, economista y filósofo spinozista, parece Borges. No escribe sobre anarquismo al uso, sino sobre un mundo sin arkhé, sin fundamento absoluto, donde los valores, esos frágiles hilos que tejen la sociedad, flotan en un vacío ontológico. Esto me obliga a contemplar el mundo desde el borde de lo real. Y lo ficticio sería como caminar por una novela de Kafka, donde todo parece líquido, pero pocas veces te hundes del todo. Es otro autor que trata de desmontar la teoría del valor, no solo el económico, sino el que sostiene la moral, el derecho, la estética. Un mundo de fluctuación indefinida, lo llama, que se estabiliza solo si ignoramos el abismo. En este escenario, los valores no son verdades eternas, sino productos sociales, intensidades apasionadas que chocan en lo que él bautiza como axiomaquia, una guerra por la hegemonía, como los feroces debates en redes sociales, donde todos buscan dar señales de su inexistencia a gritos. Un congreso de escritores donde nadie escucha, pero todos reclaman el micrófono. El recorrido de Lordon es un tapiz filosófico: Spinoza y Pascal, Durkheim y Deleuze, con paradas en Camus y Dostoievski. En Calígula, por ejemplo, ve el estallido de la razón frente a un mundo sin sentido, un eco de esa condición anárquica que desborda la lógica sin anularla. ¿Cómo se sostiene una sociedad sin cimientos? Sosteniéndose a sí misma, responde Lordon, con afectos comunes que, aunque frágiles, tejen consensos temporales, inestables, insatisfactorios. Igual que la literatura misma es un pacto precario que nos salva del silencio. El autor no ofrece respuestas, porque sus lectores se sentirían defraudados, sino preguntas que resuenan como un eco en un museo vacío. Una obra que no se lee, sino que se habita, como una ciudad sin mapa donde cada esquina promete una revelación o un extravío.


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