La Biblia Psíquika
Pienso en La Biblia Psíquika, ese libro extraño, ese artefacto de Genesis Breyer P-Orridge, y me pregunto si no será, también, un espejo, un objeto que pesa 576 páginas de papel que Caja Negra publicó en 2020, con su encuadernación rústica y sus solapas que invitan a tocar. Es un libro que se siente, que ocupa espacio, que te confronta con su presencia física. Pero también es un sonido, porque Genesis P-Orridge, que nació en Manchester en 1950 y murió ese mismo año que el libro llegó al español, era música, performer, poeta, una figura que transformaba el ruido en magia. Fundadora de Throbbing Gristle, pionera de la música industrial, y luego de Psychic TV, P-Orridge usaba el sonido como un arma, un golpe directo a los sentidos. En este nivel, La Biblia Psíquika es una vibración, un eco de los rituales del Templo de la Juventud Psíquika (TOPY), fundado en 1981 para liberar los poderes de la mente humana. Es un objeto que no se lee, se experimenta, como un tambor que resuena en el cuerpo. Esta narrativa que P-Orridge y los suyos tejieron en los márgenes de una Inglaterra que ellos creían asfixiada por el thatcherismo. El TOPY no era solo una sociedad oculta, era una comunidad, un intento de vida tribal en una era de individualismo feroz. Influenciados por el dadaísmo, el accionismo vienés, las revoluciones psicodélicas de los sesenta y hasta por cultos como el de Charles Manson, los miembros del Templo, que incluían a bandas como Soft Cell y Coil, buscaban desprogramar la realidad consensuada. Esta biblia recoge sus escritos, sus ensayos, sus rituales sexuales y musicales, sus tratados sobre sigilos, esas prácticas mágicas inspiradas en Austin Osman Spare para enfocar la energía psíquica. En este nivel, el libro es un relato de resistencia, un cuento de brujería moderna que desafía las normas de una sociedad que prefiere el orden al caos. Y eso es, un desafío, un rompecabezas que no se deja descifrar. No es una biblia en el sentido tradicional —la ironía del título es evidente—, sino un compendio de ideas caóticas, de teorías extremas que mezclan la Magia del Caos con las técnicas de corte y pega de William S. Burroughs y Brion Gysin. P-Orridge, que lideraba el TOPY aunque los autores del libro son muchos y a la vez ninguno, escribe con un estilo que algunos han llamado burroughsiano, chamánico, turbulento pero preclaro. Hay ensayos filosóficos, instrucciones para rituales, manifiestos que incitan a la rebelión mental y social, como los derechos transgénero que el Templo defendía en los ochenta, mucho antes de que el tema llegara al mainstream. Pero este nivel también nos hace preguntarnos: ¿es esto arte, literatura, magia, o simplemente un delirio colectivo? El libro no se somete a las reglas de la crítica literaria o artística, porque no fue creado para ser mercancía, sino para ser una Obra con mayúscula, un acto de transformación. P-Orridge, que se definía como tercer género y que vivió su vida como un experimento de transmutación —como el proyecto de pandroginia con su pareja Lady Jaye, buscando fusionarse en un ser dual—, veía la magia como la meta más alta del arte. El TOPY, con sus rituales neochamánicos, sus sigilos ungidos con fluidos sexuales, su relectura de la Magia del Caos, era un intento de trascender lo humano, de liberar la mente de las cadenas del control social. En este nivel, el libro es una invocación, un canto que resuena con lo inefable, con lo que no se puede nombrar pero sí sentir. Es un recordatorio de que la creencia, como dice P-Orridge, puede ser más poderosa que el arte mismo, aunque también, tal vez, más peligrosa.
Un objeto extraño, un manifiesto de una contracultura que ya no existe, un tratado filosófico que desafía nuestra lógica, un susurro que nos conecta con algo más grande. No es un libro para entender, sino para invitarnos a bailar, a perdernos en las sombras, a encontrar nuestras propias verdades en el movimiento. Y yo, que podría ser un personaje de mi propia imaginación, sonrío ante la idea de que, al final, no es más que un baile, un juego de luces y sombras que nunca termina.