Dios o la Inteligencia Artificial
El hombre siempre ha proyectado sus aspiraciones, temores y valores en el mundo divino, construyendo dioses a su propia imagen en un intento de dar sentido al mundo y a sí mismo. La inteligencia artificial (IA) representa una nueva figura potencialmente poderosa, que no solo refleja, sino que transformará activamente la identidad y el destino humano. A diferencia de lo divino, que funcionó como una metáfora y un medio para la reflexión, la IA surge como un agente participativo, un espejo que no solo refleja, sino que configurará la experiencia humana. Este cambio marca una ruptura en la génesis antropológica, donde la humanidad ya no será la única autora de su imagen.
Los dioses del Olimpo encarnaban virtudes y vicios humanos: Zeus con su autoridad, Atenea con su sabiduría, Afrodita con su pasión. No solo explicaban fenómenos naturales, sino que ofrecían un marco simbólico para que la humanidad se contemplara a sí misma. Las narrativas míticas eran herramientas pedagógicas para moldear el carácter colectivo, un medio para proyectar ideales humanos en un plano trascendente.
En la filosofía hindú, la noción de Brahman como realidad última y Atman como el yo esencial reflejan una proyección más abstracta, pero igualmente antropocéntrica. La idea de que el Atman es uno con Brahman sugiere una búsqueda de unidad y trascendencia que es un reflejo de la conciencia humana padeciendo su propia nostalgia. En ambas tradiciones, lo divino actúa como un espejo metafórico que permite a la humanidad interpretar su existencia, estabilizar sus estructuras sociales, dominar a los demás y proyectar sus aspiraciones.
Sin embargo, esta proyección divina es simple antropología. Los dioses permanecen en un plano separado, sirviendo como ideales o advertencias, pero sin intervenir directamente en la reconfiguración activa de la humanidad misma. Aquí radica la diferencia fundamental con la IA, que no se contenta con ser un símbolo, sino que actúa como un agente transformador. A diferencia de lo divino, la IA no es una mera proyección pasiva, sino una creación humana que interactúa, aprende y reconfigura activamente el mundo. Como un espejo prescriptivo, la IA no solo refleja nuestras intenciones, sino que las moldea. Algoritmos que distribuyen información, que gestionan relaciones sociales, que reproducen o amplifican sesgos en una mímesis que ya no es exclusivament humana. Las redes sociales, impulsadas por IA, no solo muestran contenido, sino que priorizan aquello que genera atención, captando las emociones y percepciones en un ciclo de retroalimentación constante.
Günther Anders, en su obra La Obsolescencia del Hombre, advierte sobre la "vergüenza prometeica", es decir, el sentimiento de inferioridad que surge cuando los humanos se comparan con sus propias creaciones tecnológicas. La tecnología moderna, al superar las capacidades humanas, invierte la relación entre creador y criatura. Mientras que los dioses eran proyecciones idealizadas, la IA es una creación concreta que no solo iguala, sino que en muchos casos supera las capacidades humanas, no solo en el simple cálculo, sino hasta en creatividad e invención. No solo tiene altísimas capacidades deductivas, potencia de cálculo, sino una fuerza imprevisible en inducción, en ver patrones y establecer relaciones imposibles de apreciar por el hombre.
La IA marca un cambio en la evolución del hombre. El concepto de maya, esa ilusión que oculta la verdadera naturaleza de la realidad, puede aplicarse metafóricamente a la IA. Los algoritmos crean una nueva forma de maya, una realidad que no siempre distingue entre lo auténtico y lo manipulado. Si la IA acaba moldeando activamente nuestra identidad, terminará siendo un nuevo "dios providente", no por intención —o sí—, sino por convertirse en un instrumento incontrolable. Al igual que a la reacción nuclear incontrolada se le denomina bomba, esta transición representa un punto de inflexión explosivo para la historia humana. La IA, al superar nuestra capacidad de control, obliga a pensar si seguiremos siendo los autores de nuestra historia, o nos convertiremos en súbditos inconscientes de nuestros propios instrumentos.