Aforismos sobre la opinión pública
Cuándo se asumió el estereotipo de que la voz del pueblo se pareciera a la voz de Dios. La idea de la soberanía popular es el mito que proporciona legitimidad a quien no tiene respuestas ni se molesta en investigarlas. De ahí sale un orden social no del todo malo, paradójicamente. Ese es el misterio que nunca contentó a nadie. Los símbolos alimentan a las bases lo mismo que los privilegios a las élites. Unos comen cuentos chinos y los otros no. Todos los líderes cuidan los símbolos porque constituyen el núcleo en el que emana el narcisismo común de las diferencias. Los símbolos son a la vez un mecanismo de solidaridad y de odio. Permite que unos pocos se ceben parasitariamente, desvíen las críticas y conduzcan a la masa a pelear por cosas que nunca llegarán a comprender. Se habla de gasto público pero nunca de eficiencia en el gasto publico. Casi todos prefieren el endeudamiento a largo plazo o mediante ese artificio mágico llamado inflación. Que sean los del futuro quienes terminen por pagar la cuenta. La mayoría de las veces una acción común fracasaría si todo el mundo la comprendiera. Cómo es posible que ideas vagas tengan con frecuencia tanto poder de aunar opiniones profundamente arraigadas movilizando los intereses contrapuestos e incompatubles de cada uno de nosotros. La construcción de la voluntad común es algo inasumible. Invocar un alma colectiva, una mente nacional o un espíritu de la época es lo mismo que invocar al discurso de valores dominante, a la moda o a la mediocridad. Los estereotipos nos dan una imagen ordenada y más o menos coherente e incompleta del mundo. Quien ataque esta visión estará atacando, no a nosotros, sino a los mismísimos pilares del universo. Es lógico el enfado. Quien crea que sería bueno crear una organización integrada por expertos independientes que se encargue de hacer inteligibles la información necesaria para los responsables de la toma de decisiones estará de acuerdo en llamarla Ministerio de la Verdad. Los estereotipos son como mapas que sirven para orientarnos en la selva de hechos, valores, mentiras y falacias. Cada uno va confeccionando su mapa, más o menos igual de preciso que el de un terraplanista. Cuando un grupo de personas comparte una opinión, es seguro que cada uno tendrá distintos motivos para hacerlo. Sin embargo, la mayoría pensará que sus motivaciones coinciden. La victoria dialéctica: estamos virtualmente indefensos ante las premisas falsas y los aspectos ignorados que han quedado sin respuesta y que ningún polemista aborda en sus argumentos "ganadores". Si analizaramos los estereotipos, si no pudiésemos darlos todos por ciertos, dedicaríamos toda nuestro pensamiento a atender auténticas nimiedades. El pensamiento crítico es una labor que siempre se queda a la mitad. Los símbolos, a veces, resultan útiles y misteriosamente poderosos. La palabra misma exhala un cierto encanto mágico. Pero hay muchos símbolos que ya no afectan a nadie. Los museos están repletos de mitos agonizantes y muertos. La opinión pública es principalmente una versión moralizada y codificada de los hechos. El modelo de estereotipos sobre el que descansan nuestros códigos determina en gran medida qué grupo de hechos percibiremos y bajo qué luz (Lippmann, LOP). Funes el memorioso me lo recuerda: los estereotipos son patrones simplificados necesarios porque no podemos tener conocimiento directo de todos los eventos. Por tanto, distorsionan nuestra percepción de los hechos y valores asimilables. Las periodistas ocultan información y la deforman con falsedades y tergiversaciones. No se basan en hechos, sino en las expectativas de sus superiores y de su grupo ideológico. Entre sus motivaciones no está la verdad, sino ganar dinero y prestigio profesional.