Consciencias

Me despierto muy temprano, cuando aún no ha amanecido. Enciendo la chimenea y me preparo mi café. Afuera cae una ligera llovizna y el termómetro marca ocho grados.

Es tomarme el café y enseguida mi mente comienza a funcionar. Pienso en Una historia secreta de la consciencia, de Gary Lachman. Es generalizada la idea de que la consciencia es únicamente el producto de una serie de operaciones de nuestro cerebro, circunscrito, por tanto, a un principio físico. Pero, ¿se trata de algo que va más allá de lo puramente cerebral?

Opino como Lachman, explicar la consciencia sería lo mismo que ‘explicar’ El mar, de Debussy.

Lachaman, por tanto, no trata de explicarme la conscienca sino de exponer que el actual monopolio sobre la consciencia por parte de científicos y algunos filósofos académicos es infundado. La consciencia, me dice, más que ser explicada, es la protagonista del asunto:

—Para decirlo de forma resumida, si las actuales explicaciones científicas de la consciencia se basan en las moléculas y en las neuronas, ¿por qué no plantear que es la propia consciencia la responsable de esas neuronas y moléculas?

—Esta es la postura que manejan los mal llamados científicos —le contesto—, una postura asquerosamente materialista, donde la materia es lo primero. No, antes está la consciencia.

—La idea primordial es que los seres humanos, tal como son, no constituyen el punto final de una evolución, y que su consciencia, tal como es, no es un estado definitivo alcanzado por casualidad. Aún existe la posibilidad de que los seres humanos evolucionen hacia algo muy diferente y de que dicha diferencia adopte la forma de una consciencia nueva, más amplia y expansiva, que ya se ha manifestado en el pasado y continúa haciéndolo en el presente.

Es decir, un estudio y exploración de la consciencia, en contraposición al intento de explicarla.

La mente es invisible, no es material, es libre respecto a la materialidad. La consciencia debe centrarse en el desarrollo y crecimiento del mundo interior, estableciendo nuevas maneras de interactuar y relacionarse con aquella. ¿Cómo? A través del arte, la ciencia y la religión, en una palabra, de la cultura.

Pero, ¿cuándo empezó exactamente la mente a dejar su huella en el mundo físico? No se conoce la respuesta ni, probablemente, se conocerá nunca. Lachman me sugiere que si ha dejado algún rastro, este se sitúa en los mitos, en una etapa de preconsciencia. Alude al ejemplo de los niños que, hasta los dos años, no rompen el cascarón de su estado urobórico, en el que no distinguen ninguna ruptura entre ellos y el mundo exterior y trae como ejemplo el mito de la expulsión del edén.

—Es el trauma que experimenta cada ser humano al salir del cascarón urobórico de la infancia.

En cualquier caso, me sugiere, la aparición de la autoconsciencia es relativamente reciente, en el comienzo de la escritura. ¿Podría ser que el Tao te King estuviese a un lado de la frontera y Platón, ya consolidado, en el otro?

La consciencia de nuestros antepasados prehistóricos fue muy diferente a la nuestra y no debía de diferir mucho de la de los animales. Se trataba de una consciencia con un conocimiento, no por aprendizaje, sino por una captación irreflexiva e inmediata de las leyes fundamentales de la existencia.

Pero con la explosión cerebral esto cambió. En ese momento estoy tentado a decirle que está cometiendo un error cientificista, relegando la consciencia, como los científicos, a un producto del tamaño cerebral. Sin embargo, él continúa hablándome de la física cuántica y la relatividad que abren la puerta a un universo más concordante con la cosmología de los antiguos.

Prosigue diciéndome que en un momento dado se produjo una escisión en nuestro cerebro (de nuevo cae en el prejuicio materialista) por la que perdimos en gran parte esa manera de conocer inmediata e intuitiva. Una escisión, por otro lado, necesaria para que se produjera la "evolución". Nuestros ancestros no tenían necesidad de explorar el cosmos, lo tenían ahí, estaban como en casa; gozaban de una consciencia comunal y la escisión comienza, precisamente, cuando se toma consciencia de la individualidad. En tal sentido, continua, nuestra mente lineal proviene de nuestra ascendencia cromañoide, mientras las cualidades místicas e intuitivas son herencia de los neandertales. Un signo importante del inicio de esa escisión es la aparición del alfabeto, fruto de un esfuerzo abstracto y lineal, que dominará a la parte intuitiva del cerebro.

—Con el tiempo no solamente han evolucionado nuestras ideas sobre las cosas, sino también nuestra consciencia de ellas, y esa evolución queda registrada en el lenguaje.

A medida que retrocedemos en la historia, el lenguaje se vuelve más figurativo, más metafórico y más semejante al de la poesía de lo que es hoy.

El mundo que vemos es como es porque nuestra consciencia es como es; si esta, nuestra consciencia, fuera distinta, el mundo también lo sería. La incapacidad de conocer nuestro yo más íntimo se explica porque ahí hay una petición de principio: ¿quién observa al que observa, al que reflexiona?

Pensaba Gebser que la raza humana se dirigiría en las décadas venideras hacia una catástrofe global, una era de absoluto materialismo científico carente de espiritualidad alguna. Pero nuestra vida está sustituyendo al pensamiento racional-lineal. Un libro, por ejemplo, nos invita a salir del aquí y ahora para penetrar pausadamente en otro espacio-tiempo. El ego, nuestra consciencia del yo, en cuanto necesitado de trascendencia, no es algo que se pueda desestimar sin más. Podría ser que la experiencia humana del tiempo esté sufriendo una mutación fundamental. Se inclina Lachman por pensar que estamos ante una transformación de la consciencia misma y que disponemos del potencial necesario para llevarla a cabo. Pero cierra citando esta frase de Gebser: “el mundo nunca será un paraíso. Si llegase a serlo, su existencia se volvería ilusoria. No nos engañemos ni sucumbamos a falsas esperanzas."

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