Mentira romántica



El pesimismo se empeña en sostener el humo de la realidad diaria. ¿Por qué el yo, siendo un lugar tan aburrido, se publicita como un lugar único? "Don Quijote se proclamaba discípulo de Amadís, y los escritores de su tiempo se proclamaban discípulos de los Antiguos. El vanidoso romántico ya no quiere ser discípulo de nadie. Se persuade de que es infinitamente original". 

En Mentira romántica y verdad novelesca, Girard hace un repaso a fondo de las novelas más importantes: Cervantes, Proust, Stendhal, Dostoyevski. Se fija en la irresistible propensión a desear lo que desean los otros, a imitar sus deseos.  Aunque la envidia sea siempre parcial, pues casi nadie cambiaría su yo integral por el de otra persona, sí envidiamos distintas partes o circunstancias de los otros. Uno es impotente de desear por sí mismo. El deseo espontáneo es una mentira. El lector romántico se identifica con Don Quijote, el imitador por excelencia, al que convierte en el individuo modelo. A veces los héroes no intentan hinchar su yo, sino que toman conciencia de sus límites y renuncian a superarlos. Por modestia y por prudencia, no obtienen la nada porque han renunciado a ambicionar el todo, un esbozo de humanismo moderno.

"La mediación de Don Quijote es una monarquía feudal, a veces más simbólica que real. La del hombre del subterráneo es una serie de dictaduras, tan feroces como temporales". Su personalidad deseante oscila entre Simón el Estilita y Torbe. Entre medias, la infinitud, su ser. Se mueve o es movido a través de sus distintos estares. Cada estar desea algo distinto, seguramente incompatible, de ahí que su cirenaico espíritu termine siendo prudente, ascético y resignado, la única manera de aceptar el bamboleo cotidiano. El hombre moderno tiene más referencias, incluyendo las ridículas, y eso le impide ser una pieza sólida como en la antigüedad. El deseo metafísico es eminentemente contagioso, pero no más que los otros. La sociedad tiene mucho de imitación negativa; el esfuerzo por salir de los caminos trillados solo nos mete en el atolladero del extravío. Este antagonismo no es liberador, sino esclavizador, ya se sabe que es más cómodo caminar por las aceras que por entre el barro y la maleza: es un negativo de la imitación, pero imitación al fin.

"Balzac afirma que la multitud moderna, cuya avidez ya no está contenida ni retenida por la monarquía dentro de unos límites aceptables, no tiene más dios que la envidia". Este punto es básico para entender la mentalidad de los igualitaristas del tener, y que asimile que "el sujeto deseante acaba siempre por abrazar el vacío cuando se apodera del objeto". El único héroe que no resulta ridículo es Don Quijote. Aquiles, Ulises y Superman lo son sin remedio. "En L’Amour et l’Occident, Denis de Rougemont ha entendido perfectamente que toda pasión se alimenta de los obstáculos que se le oponen y muere ante su ausencia". Desear ser obstaculizado: "En Los Demonios, Dostoyevski sugiere que todas las ideologías modernas están penetradas por el masoquismo".

   "Sólo los mediocres y los genios se atreven a escribir (...). El mero talento retrocede ante esta banalidad humillante o esta suprema audacia". Es decir, los tontos no escriben. "El escritor habla para seducirnos. Sigue buscando en nuestros ojos la admiración que inspira su talento. Hace cuanto puede, se objetará, para que lo detestemos. Es cierto, pero es porque ya no puede hacernos la corte abiertamente. Necesita fundamentalmente convencerse de que no intenta halagarnos. Así pues, nos hará una corte negativa, a la manera de los apasionados dostoyevskianos".

   Concluye Girard su recorrido por las novelas referenciales: "La verdad del deseo es la muerte pero la muerte no es la verdad de la obra novelesca". Él cree que todos los finales de novela son conversiones, donde el estado de conciencia base, aunque todos lo sean en esta matrioska inefable, triunfará. Don Quijote loco llamará loco al héroe converso moribundo. Los testigos asentirán. El cogitemus triunfador.

   Las novelas dostoyevskianas muestran a un héroe solitario uniéndose a los demás hombres.  Las novelas stendhalianasy nos muestran a un héroe gregario conquistando la soledad: "Raskolnikov rechaza la soledad y abraza a los Otros. Julien Sorel rechaza a los Otros y abraza la soledad". "Al perder el deseo de seducir o de dominar a los hombres, Julien ha dejado de odiarlos".      

   Sin embargo, no me convence nada esta conclusión budista: "Al renunciar a la divinidad engañosa del orgullo, el héroe se libera de la esclavitud y posee finalmente la verdad de su desdicha". Me parece una conclusión banal, una simpleza. Si al final buscamos una reconciliación con el mundo, de nada habría servido leer. Los finales de las novelas imponen una moraleja que es justo la anterior al punto final, y eso es demasiado injusto con todo lo anterior, que queda reducido a su preparación. Y concluyo enfatizando la ironía: cualquier pasaje leído fragmentariamente tendrá un significado mejor que la banalidad del final.

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