La libertad como trampantojo

 



Con el Manifiesto Comunista "un fantasma recorre Europa”: Marx cree haber descubierto que los ideales de libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa quedan incompletos si se limitan a democratizar solo el poder político. Sin autonomía material y económica, la libertad quedar coja y la emancipación incompleta. 

Años más tarde, Foucault rechaza esta voluntad de emancipación marxista según la cual el poder es solo represivo y actúa sobre una especie de naturaleza humana «limpia», roussoniana, no influenciada por relaciones de poder. Pero Foucault, al no distinguir entre dominación, poder e influencia, aunque él mismo reconozca que en todas las relaciones sociales hay desigualdad de poderío, confunde terminológicamente el asunto y genera unos malentendidos y ambigüedades que no distinguen entre la dura dominación y la mera y suave influencia. Estos malentendidos crecerán entre sus discípulos que ya tienen la excusa maniquea perfecta: la influencia del capitalismo en la sociedad quita libertades y crea dominación. Pensar que "el capitalismo domina dejando libertad" es rizar el rizo de la confusión, José Luis Villacañas. El capitalismo es imitado y se impone siempre al voluntarismo buenista arrogante e ingenuo porque sabe que para satisfacer necesidades propias es preciso satisfacer necesidades ajenas, sean estas reales o ridículas. Otra cosa es el robo o la subvención.

Nadie puede emanciparse de la influencia del capitalismo o de la cultura, pero sí de la tiranía y la superstición. No es admisible, y sí indigno, comparar la emancipación de los esclavos con la de la mal llamada clase obrera o con la actual situación de la mujer y la de los LGTBIQ+, meras víctimas, si acaso, de la aceptación propia de una moda o influencia de un discurso de valores dominante.

La libertad está limitada, no anulada, por la impotencia, por "no poder". La coacción ilegítima de los otros, las leyes naturales, las leyes físicas, la ley de la gravedad las circunstancias materiales y económicas limitan mi libertad.

Existen otro tipo de limitaciones, pero esta vez referidas al "no deber", como la obediencia a las leyes legítimas del Estado, la costumbre y moral razonables de la sociedad o la coacción propia, una mezcla entre no deber y no querer en virtud de la empatía, la compasión, la ética, el honor o la reputación.

Pero la libertad política no implica una ausencia total de limitaciones, ya sean estas económicas o físicas. Tal concepción de libertad plena es solo propia de la divinidad omnipotente, donde querer es igual a poder y a deber. Ser libre políticamente implica una concepción negativa, es decir, que los demás no interfieran ilegítimamente en nuestras decisiones, siempre que estas no produzcan daño a otros. Es libre quien no es esclavo o quien no está preso. En los sistemas democráticos liberales, hablamos de libertades de cátedra, de circulación, de comercio, de conciencia, de culto, de empresa, de enseñanza, de establecimiento, de expresión, de imprenta, de información, de pensamiento, de residencia.

El sujeto moderno espera la protección del Estado, sin tener en cuenta que es un poderoso instrumento para el abuso, pero ya no espera nada de sí mismo. Culpa a las estructuras de la sociedad y olvida nuestro poder individual. Es entonces cuando se recurre al siguiente cambio de tercio y pasamos del plano político al plano metafísico: ¿de dónde viene nuestro querer? Observo dos tipos de opiniones que conviven incluso dentro de la misma persona. La primera da preeminencia al sentimiento o intuición de "estar al mando", y se convierte en un presupuesto imprescindible para vivir y para ser considerado persona y no un autómata irresponsable de sus actos. Según John Stuart Mill, el sentimiento de que, si lo deseamos, podemos cambiar algo nuestro carácter es el fundamento de nuestra conciencia de libertad. Safranski escribe que el hombre es tan libre que con sus explicaciones consigue que hasta desaparezca su libertad.

Sin embargo, otros autores dan preeminencia al sentimiento oceánico de causalidad, donde todos estaríamos inmersos. Así, Francisco Mora afirma que algo impreciso, la actividad inconsciente, precede a la decisión consciente. Algo parecido dice Spinoza cuando escribe que los hombres se consideran libres porque ignoran las causas que los determinan. El mismo Einstein opina que no cree en el libre albedrío, pues cada hombre obra por una coacción exterior y por una necesidad interior. Oscar Wilde sentencia que sus deseos son órdenes para él. Y Schopenhauer, que el hombre hace siempre lo que quiere aunque lo hace necesariamente. Es decir, la cuestión no es quién controla nuestras acciones, sino qué o quién controla nuestros deseos.

  Desde luego, los sucesores de Marx y Foucault lo tienen claro: el capitalismo heteropatriarcal neoliberal blanco colonial negacionista de la emergencia climática. El nuevo demonio de la Igesia del Foro de Sao Paulo y del Grupo de Puebla.





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