Abraham y el dilema moral



El relativismo ético defiende que no hay un criterio universal con el que medir si una acción o una intención es buena o mala. Simplemente expresa nuestro propio interés o el de nuestro grupo a través de las emociones o gustos que mañana podrían cambiar. Por ello, «todo vale». Lo que vale para este sujeto o se acepta aquí, en este contexto, puede no aceptarse y no valer allí para aquel otro sujeto, en aquel otro contexto.

Uno de los pasajes más inquietantes del Antiguo Testamento se encuentra en el Génesis, cuando Dios, para probar la fe de Abraham, le pide que sacrifique en holocausto a su hijo Isaac. Algo que recuerda al sacrificio de Ifigenia por su padre, Agamenón. Abraham no duda en ningún momento y se dirige a la región de Moriah para ejecutar la orden. No se plantea si está loco y está oyendo voces delirantes. No duda, por si todo fuese producto de una treta de un diablo que se esté haciendo pasar por Dios. No. Abraham tiene certeza absoluta de que el auténtico Dios le está ordenando algo que tiene que hacer. 

Kant condenó el acto pues Abraham no siguió el dictado universal de la razón, su imperativo categórico. Sin embargo, Kierkegard defiende el acto de Abraham en su libro Temor y temblor. Llegar al estadio religioso significa que se ha superado el estadio ético y anteriormente el estético. Existe, así, una ética verdadera más allá de la ética cotidiana. El mal, por tanto, podría ser simple Bien oculto velado por culpa de nuestra ignorancia.

Mohamed Atta, el de las Torres Gemelas, dejó escrita una carta en la que hacía referencia a Abraham. Dostoievski escribió que sin Dios todo estaría permitido. Leyendo este inquietante pasaje bíblico podríamos afirmar lo contrario: con Dios todo está permitido. 


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