Posmodernidad y democracia liberal

Dice Javier Gomá: "La grandísima sorpresa de la invasión de Ucrania ha sido la opinión pública: unánime, universal, cívica y comprometida, el mundo entero unido en el mismo asco a Putin y en defensa de la democracia liberal. Un símbolo del fin de la postmodernidad: relativa, escéptica y nihilista".
El posmodernismo es un término de origen artístico, muy ambiguo, que genera malentendidos. Define un periodo histórico y una actitud filosófica y cultural que sospecha del hiperracionalismo ilustrado moderno, y que considera, por ejemplo, que el método científico está sobrevalorado y no es consciente de sus deficiencias y limitaciones, por lo que acaba contaminando disciplinas donde no puede aportar nada. Hasta los años ochenta se asocia con un escepticismo relativista que rechaza las sociedades cerradas y las metanarrativas vigentes. A partir de ahí, con la influencia del marxismo, de Freud, de Nietzsche, del estructuralismo, del deconstruccionismo y de la teoría crítica, la izquierda lo utiliza para criticar el uso que se le da a la libertad en el "neoliberalismo capitalista"; y la derecha lo hace como sinónimo de pensamiento débil, líquido, de la falta de valores y orden, de nihilismo, en definitiva. Así, la RAE lo define como "oposición al racionalismo, culto a las formas, individualismo y falta de compromiso social". La condición postmoderna, de Jean-François Lyotard, es un excelente ensayo publicado en 1979 acerca del problema de la legitimación de la moral y de la política. ¿No es lícito preguntarse cómo es posible que la legitimación se logre por medio del pueblo, la masa, la dictadura de la moda y no a través de los santos, los sabios, los tecnócratas, los expertos o los mesías?
La democracia liberal comparte muchas características con el posmodernismo original: el pluralismo; el perspectivismo crítico con las autoridades intelectuales; el descreimiento del progreso y de la ilustración; el desencanto y la renuncia a las utopías; la consciencia de los límites de la ciencia; la pérdida de fe en el poder público; la desaparición de los idealismos, o la autosuperación como engaño y autoexplotación. 
Los marcos teóricos son supuestos de sentido, no podemos confundirlos con la verdad. Eso solo lo hacen los que huyen de las sociedades abiertas, los fanáticos, los integristas, los totalitarios. Los liberales, no. Como sabemos que no hay acceso a una verdad moral objetiva y cristalina se hace imprescindible maximizar las verdades subjetivas y, por tanto, proteger un pluralismo social de formas de vida y concepciones del bien. Una posición humilde frente a la arrogancia muy segura de sí misma del totalitario. Valga como ejemplo la concepción de la democracia de Kelsen basada en la discusión y orientada hacia el compromiso, y por tanto incompatible con la creencia en valores absolutos. Solo posiciones políticas no dogmáticas y que profesen un espíritu de tolerancia hacia posturas distintas pueden interactuar en un sistema diseñado para aspirar a la discusión, al acuerdo y al consenso. Por eso, el totalitarismo es el enemigo del posmoderno y del demócrata liberal: porque el fanático quiere universalizar su particular y caprichosa concepción del bien. Y cuando cruza los límites y quiere imponerlo, no queda otra que destruirlo.




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