...que púberes canéforas te ofrenden el acanto...

¿Te acuerdas del verso de Darío? ¿No es preferible el silencio? Esto me preguntaste aquella vez que coincidimos en aquel apestoso café. Fue lo único que dijiste, como metáfora del pedante verso. Sí, ya sabemos que la mayor parte de lo que se dice son tautologías, perogrulladas y sandeces. Pero tu timidez exagera la importancia del silencio. Eres incapaz de polemizar con los superficiales de férreas convicciones. Tu silencio ante ellos es una forma de orgullo, pero ellos lo ven como tu derrota. Rara vez eres locuaz y, cuando ocurre, te arrepientes, como si lo más creativo fuese el silencio voluntario, un morderse la lengua. Entonces te sientes como Stevenson cuando dijo que «hay veces que soy sabio y digo poco, y otras en que soy débil y hablo demasiado». Hablar te parece algo parecido a pactar con el sinsentido del existir. No hablas, renunciaste a escuchar tu eco, porque nada nuevo podrías escuchar de tu propia boca. Yo a veces hablo solo, y me descubro diciendo cosas que no sabía. Ya verás, tiempo al tiempo, como escritor te acabarás conformando con editar tus obras completas al dictar tu epitafio.


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