Maquiavelo, Sisoes, Sócrates y el cerdo de ternera
«Prácticamente toda descripción de nuestros actos resulta cómica. Somos infinitamente cómicos para los demás», escribe Irish Murdoch en El príncipe negro. Cómicos un instante, infinitamente aburridos el resto.
Me contaba, con toda la seriedad que su rostro podía mostrar, que cada vez que se encontraba abatido recordaba esta frase: «Perder el ánimo es irresponsable y además es inútil». Al instante experimentaba una notable mejoría. Repitió el proceso miles de veces, hasta que un día el invento no pareció funcionarle y murió. Los psicólogos descartaron una muerte voluntaria.
La reflexión sin descanso podría considerarse una forma de locura. La extrañeza del individuo pensante con las musarañas del mundo, como único presupuesto posible de su actividad, parece algo cómico.
Los independentistas quieren que el Gobierno dependa de los independentistas.
Por fin han cazado al cerdo de ternera.
Maquiavelo provoca escándalo porque renuncia a la simplicidad, a esa narración consoladora maniquea donde los ideales entran en conflicto con el mundo. Sabe que a veces el bien produce mal, como el mal es capaz de hacer el bien. A veces la virtud es esclava del vicio. A veces los intereses egoístas facilitan el bien común. Maquiavelo parece un pensador cómico porque cree en la pluralidad de fines humanos y las tensiones implícitas, una consecuencia, no intencionada, de las interacciones y del conflicto de intereses entre los individuos.
Sisoes (s. IV-V) fue un eremita que tras la muerte de San Antonio ocupó su cueva. A aquéllos que lo visitaban, el santo enseñaba siempre la humildad. Cuando le preguntaba por su perfecto ascetismo, Sisoes decía que «Ésa no es ninguna gran cosa, mi hijo, pero es una gran cosa considerarse inferior a todos los demás. Esto lleva a la adquisición de humildad». Sisoes decía con gran humildad, que ni siquiera había comenzado a arrepentirse. A este santo de la extrema humildad se le conoce, cómicamente, con el nombre de Sisoes el Grande.
Sócrates pretende fundar el mundo en el logos y lo único que reconoce es la ausencia de verdades demostrables en el ámbito humano. Solo queda ya buscar verdades provisionales a través de la conversación y el principio de contradicción. Entre lo que quiso y lo que pudo solo queda lo cómico, pensaría Aristófanes.
Me contaba, con toda la seriedad que su rostro podía mostrar, que cada vez que se encontraba abatido recordaba esta frase: «Perder el ánimo es irresponsable y además es inútil». Al instante experimentaba una notable mejoría. Repitió el proceso miles de veces, hasta que un día el invento no pareció funcionarle y murió. Los psicólogos descartaron una muerte voluntaria.
La reflexión sin descanso podría considerarse una forma de locura. La extrañeza del individuo pensante con las musarañas del mundo, como único presupuesto posible de su actividad, parece algo cómico.
Los independentistas quieren que el Gobierno dependa de los independentistas.
Por fin han cazado al cerdo de ternera.
Maquiavelo provoca escándalo porque renuncia a la simplicidad, a esa narración consoladora maniquea donde los ideales entran en conflicto con el mundo. Sabe que a veces el bien produce mal, como el mal es capaz de hacer el bien. A veces la virtud es esclava del vicio. A veces los intereses egoístas facilitan el bien común. Maquiavelo parece un pensador cómico porque cree en la pluralidad de fines humanos y las tensiones implícitas, una consecuencia, no intencionada, de las interacciones y del conflicto de intereses entre los individuos.
Sisoes (s. IV-V) fue un eremita que tras la muerte de San Antonio ocupó su cueva. A aquéllos que lo visitaban, el santo enseñaba siempre la humildad. Cuando le preguntaba por su perfecto ascetismo, Sisoes decía que «Ésa no es ninguna gran cosa, mi hijo, pero es una gran cosa considerarse inferior a todos los demás. Esto lleva a la adquisición de humildad». Sisoes decía con gran humildad, que ni siquiera había comenzado a arrepentirse. A este santo de la extrema humildad se le conoce, cómicamente, con el nombre de Sisoes el Grande.
Sócrates pretende fundar el mundo en el logos y lo único que reconoce es la ausencia de verdades demostrables en el ámbito humano. Solo queda ya buscar verdades provisionales a través de la conversación y el principio de contradicción. Entre lo que quiso y lo que pudo solo queda lo cómico, pensaría Aristófanes.