el hombre que no era kafka

Aquel hombre que no era Kafka era alguien que defendía que lo natural en el hombre era introducir lo artificial: lo artificial es propio de la naturaleza del hombre; lo artificial es lo natural, decía. No importa mi obra; ni su percepción de mi obra; importa mi percepción de su percepción, me dijo un día nublado. El resto es ruido. Era a su manera un pesimista de la historia y un optimista ontológico, no antropológico, algo muy poco frecuente que le producía cosquillas intelectuales o prurito del alma. Compuso el Retrato del hombre corriente, donde defendía que todo comenzaba en la mística, pasaba por la política y acababa en la mística. Una vez se encontró con un ganador del premio Planeta y terminó acusándolo de que ya había cobrado bastante con sus bazofias escritas, y que había llegado la hora de que nos regalara sus silencios y dejara de maltratar a su maltrecha pluma. Según él, Kafka tenía una manera de abordar el absurdo muy absurda porque obviaba lo subjetivo. Por esa objetividad omnisciente que abandonaba la subjetividad y la vida interior fragmentaria y contradictoria, su narrativa le resultaba insoportable, aunque estuviera de acuerdo con sus premisas metafísicas. En sus Escritos para un hombre solo plantó al mundo y no se arrepintió. Hay que reconocer que aquel hombre era un pensador que escribía poéticamente, como si la simple peripecia individual fuera una metáfora de lo universal. Procuraba apartarse del camino, ocultándose tras los arbustos y rastreando su propias huellas, como si así atisbara el contenido de su propia trascendencia. Intentó crear una última obra maestra, su Conferencia sobre la nada, pero creo que la dejó sin terminar y solo pudo escribir: «Sé lo que no esperan de mí; espero cumplir y no dárselo, porque hoy hace mucho frío aquí».


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