Junto a un poeta sonoro



Me dice que con sus poesías musicales pretende rebajar la importancia de la armonía y anular, prácticamente, la melodía, ese gusano nemotécnico maldito. No desprecia el resto de sonidos, incluido el ruido. Todo puede ser útil para crear estados de conciencia alternativos, hipnóticos, sugestivos, evocadores. El ritmo aparece solo de vez en cuando, no es algo que necesite siempre. Las texturas, las combinaciones de timbres son protagonistas.
    Sus opciones para ganarse la vida con su arte son nulas, así que el poeta ha decidido montar una academia de mendigos. El libro de texto será el apartado dedicado a los cínicos del Vida de los filósofos más ilustres, de Diógenes Laercio. Intentará atraerlos escribiendo en la entrada: «Los hombres olvidados de Dios son los otros».
   La ficción de un absoluto, así pretende dar forma a un magma de incertidumbre. El poema es una lucha contra la inaccesibilidad de lo abstracto. Dios es el pensamiento, el poeta su palabra. Un ángel que sabe que su caída le obliga a hablar a través de la música, la mejor manera de evitar decir tonterías.
   Un viaje de la palabra al ruido, el camino inverso a esa necesidad de crear el mundo por el procedimiento de darle nombre. En algún momento el poeta sonoro entrevió el paralelismo entre el progreso de la humanidad y el crecimiento de un niño que se parece demasiado a Adán.


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