Doy

Doy un largo paseo entre Moratalaz y la Casa del Libro de la Gran Vía. Atravieso el Retiro justo por mi lugar preferido que es el lago del Palacio de Cristal, en obras para mi decepción. Ya en la librería deambulo por la sección de Filosofía y no encuentro nada. Paso por la de los clásicos de Grecia y Roma y tampoco. Por último, en la sección de Historia Antigua compro las Historias, de Tácito, y La República, de Cicerón. Salgo de la Casa del Libro, entro en una cafetería cercana, me siento y pido un café solo. Tranquilamente, leo la extraordinaria introducción de Juan Luis Conde al libro de Tácito.

¿Qué nos ha llegado de Tácito, aparte de sus obras mutiladas? Ni siquiera el nombre completo: ¿Publio o Gayo? Curiosamente el apodo Tacitus significa calladamenteen silencio. Tampoco se conocen sus fechas de nacimiento y muerte. Cartas ajenas, una estela y quizá una lápida. Hasta el s. XX solo una inscripción que registra su paso como procónsul del año 112. Ningún contemporáneo habla de él, salvo las cartas de su amigo Plinio el Joven. En el 88 era pretor por lo que se supone que nació alrededor del año 50. También fue senador y cónsul. Ni siquiera la atribución de sus escritos está clara. Sus grandes obras, Historias y Anales, nos han llegado amputadas.

La virtud es esclava del vicio, escribió Platón, y detrás de las aparentes buenas intenciones abundan las motivaciones egoístas. Tácito es un pesimista del más acá —Platón también, pero sin embargo, era un optimista del más allá— y no habría aceptado la idea del buen salvaje de Rousseau. El individuo no es ingenuamente bueno aunque el freno social, el juego de las apariencias, de mentiras y el ocultamiento maquiavélico de las intenciones puede hacerle actuar con bondad y por un presunto bien común. Esta sería también el origen de la idea de la mano invisible desarrollada muy posteriormente por Adam Smith.

Pero lo que más me interesa de Tácito es una idea recurrente en el ser humano relativa a sus análisis históricos. Incluso en época de Pericles, siempre se termina interiorizando que se está viviendo en una época de decadencia. Existe una literatura de la indignación producto de la nostalgia de otros tiempos, acaso inexistentes, o bien por aquellos defraudados por el fracaso seguro en conseguir una humanidad edénica, santa y angelical.

Es normal terminar escribiendo a partir de un cierto elitismo, individualismo, resentimiento o misantropía generada al sentirse aupado sobre los demás por tener la capacidad real de percibir y sentir el entontecimiento generalizado de la masa. Y los gustos, opiniones y temáticas de la masa son los que monopolizan dictatorialmente los contenidos de los medios de información, del entretenimiento y de la pseudocultura del espectáculo. Hoy tenemos un ejemplo con la ceremonia de entrega de los Goya, el sector de negocios subvencionados del espectáculo que más premios se concede a sí mismo.

Nadie que tenga una cierta actitud crítica se libra de sentirse, a su pesar, superior, culpable, melancólico y solitario por ello.



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