El Papiro de Deverni
«Pregunta. ¿Por dónde empezamos?
Respuesta. Yo no sé hablar. A mí no se me ocurre nada».
El resto de la entrevista carece de interés.
Un amable lector que ha leído la entrada anterior de este blog me dice que lo que verdaderamente mueve el mundo es el dinero y el sexo. Y no le falta razón, pero creo que es el deseo de poder y de gloria, es decir, el deseo de reencontrar la divinidad perdida lo que tanto echamos de menos, un sentimiento acaso de origen órfico-pitagórico.
«Se dice que Pitágoras fue el primero en darse a sí mismo la denominación de filósofo. [...] Domina a unos el deseo de riquezas y lujo, y a otros, el ansia del mando y poder y las ambiciones obsesivas por la gloria. Pero el modo más auténtico de hombre es el que acepta la contemplación de lo más bello, al que otorgamos la denominación de filósofo», cuenta Jámblico de Calcis en su Vida Pitagórica.
Y es que llevo varios días enfrascado en el estudio de las fuentes de Platón leyendo textos órficos recogidos por nuestro gran experto en estos asuntos, Alberto Bernabé. Releo el texto del Papiro de Deverní, un famoso papiro órfico hallado en 1962, entre los restos quemados de una tumba. El fuego ha respetado las primeras líneas de un total de 26 columnas de un papiro del año 340 a. C. que contiene un texto del año 500 a. C. Menciona a algunos presocráticos pero ignora a Platón, lógicamente. Me llama la atención este texto de la columna V:
«¿Por qué no creen? Si no comprenden los ensueños ni cada una de las demás cosas reales, ¿en qué modelos se basarían para creer? Vencidos por el error y por otro tipo de placer, no aprenden ni creen, y es que la desconfianza y la ignorancia son una misma cosa».
Y al final he desembocado en una extraordinaria tesis doctoral de Miguel Herrero Jáuregui, titulada La tradición órfica en la literatura apologética cristiana, dirigida por el propio Alberto Bernabé y el erudito especialista en cristianismo primitivo Antonio Piñero. En esta tesis se tratan una buena parte de mis aficiones como es el rastreo del platonismo en el cristianismo de los primeros siglos de nuestra era. Hay que destacar que muchas de las críticas de estos primeros cristianos contra el paganismo serían letales si se aplicaran al cristianismo actual. Un ejemplo de ello está recogido en el Octavio, de Minucio Félix, libro que terminé de leer hace unas semanas y que dice así:
«¿Quién duda de que el vulgo, cuando reza y da culto público a las imágenes consagradas de estos dioses [paganos], lo hace porque la opinión e inteligencia de los ignorantes es engañada por la armonía del arte, deslumbrada por el fulgor del oro».
Minucio no previó, ni se le puede culpar por ello, evidentemente, la inmensa importancia posterior del arte cristiano y añade:
«Así es como en el oro y en la plata se ha consagrado la avaricia, así es como ha quedado acreditada la hermosura de estatuas sin vida, así es como ha nacido la superstición romana».
Queda claro que Minucio, criticando el paganismo, es inmisericorde, sin quererlo ni preverlo, con el cristianismo posterior.