Lo cursi

Conozco a adolescentes que están en la cincuentena. Los reconozco porque la mayoría  escoge a la Humanidad como dios, como forma de vengarse de él.

El pesimismo es una pose trágica muy exagerada y teatral. Conviene no hacerle mucho caso y tomárselo a broma. Cioran y Pessoa fueron grandes humoristas. Aún así, pienso que todas las personas están inacabadas, abiertas y rotas en fragmentos. Cada una de ellas realiza su propia confesión. Se esparcen en un abismo de realidades interiores y de supuestas miradas lúcidas. Pero el sueño se confunde con lo otro y la soledad tímida y decadente se transforma en luces y sombras temblorosas.

El aislamiento es la exacerbación del yo roto en fragmentos y los textos que genera son breviarios de compulsiones, de observaciones minuciosas que incapacitan, a veces, para convivir. Eso me lleva a contemplar el optimismo como una falsa convicción inducida por psicólogos sin escrúpulos que saben que no alcanza ni a placebo, y solo los mejores aconsejan saber desesperar.

El orgullo de haber sido fabricados sin vicios ocultos dura poco. Las quejas materialistas, ajenas a cualquier tipo de inquietud espiritual, que oigo en boca de adolescentes viejunos mimados, provienen del exceso de optimismo burgués que también ha propiciado el auge de la política cursi.

Escuchar a un populista me produce una especie de oscilación entre el optimismo ramplón y el pesimismo forzado, pero quizás lo que más me desestabiliza es esa manera tan cursi que tienen de expresarse.



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