Nimiedades

A menudo mi pensamiento desbarra y, en su desvarío, imagina que abandonando la cabaña, mezclándome con la gente, impregnándome de hedores sociales, empeñándome en metas ajenas a toda sustancia, se acabarán mis calamidades. Se trata del espejismo que el sediento vislumbra en el desierto, de los demonios que me perturban como las tentaciones a san Antonio.

El Padre de los Monjes, al que conocemos gracias a la Vida de san Antonio, de san Atanasio, vivió en el siglo III, en Egipto. Decidió abrazar la vida monacal como anacoreta sumergiéndose en el desierto. Allí convivió con su soledad, añorando su vida anterior, incluso yéndose a vivir a un cementerio abandonado y utilizando un mausoleo como refugio. Empédocles ya lo había anticipado en el siglo V a. C.: Odio se distingue de Amor, porque mientras este tiende a la armonía y a la quietud, Odio tiende a la agitación y a la dispersión.

En esta cabaña pequeñísima, que da para una mínima habitación, estoy. En sus múltiples moradas, soy. Vivo dedicado al sueño, a la lectura y a los paseos solitarios. María Antonia Ortega me lo recuerda: "Podría recorrer el mundo entero, pero estaría como al principio, pensando en uno que no conozco."



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