Al margen

Antes no sabía, ahora dudo.

Cinco meditaciones sobre la muerte me lo confirma. François Cheng me dice que "el hombre realiza y se realiza para significarse; significándose, da sentido a su vida, y no puede gozar de la vida de manera más total que a través de un gozo que sea un «goce del sentido». La conciencia de la muerte nos invita también a responder a otra necesidad fundamental: la de la superación de nosotros mismos, que está unida al deseo de realización, pero de manera más emocionante o radical."

En el estadio estético uno sabe lo que quiere: jugar. En el estadio ético uno ya no sabe lo que quiere y necesita normas, costumbres, leyes y prohibiciones, incluso de su propio superyó.

Sin la idea de la muerte jamás habría tenido la idea de Dios, ni siquiera habría pensado en trascendencia alguna. El inicio del estadio religioso surge porque la tensión hacia la trascendencia lleva implícita una esperanza ajena a relativismos y consensos, una esperanza que fija el criterio del hombre más allá del hombre; acontece un cambio de bando definitivo, el que va de Protágoras a Platón.

Cuando Cocteau —me recuerda—, ante el féretro de un amigo, tuvo la misma intuición, espetó: «Pero si no está aquí, ¡vámonos!».











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