Vivos

Subo a la biblioteca y me encuentro a un hombre hojeando un grueso libro con ilustraciones:

     —Nada parece imposible cuando estamos impregnados de un optimismo ingenuo —me dice—. Dotar de posibilidad a una acción puede llevar al error, a la ansiosa expectativa y a frustraciones traidoras.

     —Está muy mal visto viajar del optimismo fatuo del nada es imposible a la serenidad de una impotencia asimilada, libre de desasosiego y resignada, conforme a la naturaleza propia —y espío su mirada que permanece absorta.

     Como veo que se queda callado, se me ocurre decirle una frase que acabo de leer no sé dónde:

     —El diálogo entre individuos que están en diferentes planos de conciencia suele resultar una sucesión de malentendidos de escaso interés.

     —Probablemente —me responde—. Dentro de poco tengo un encuentro con terrestres. No me aterra, como a usted; será materia de reflexión y conocimiento para saber qué pasa por sus cabezas.

     —Si quiere puedo servirle de guía —me ofrezco.

     —Mejor no. Yo los prefiero vivos.

     Y lleva razón. Tengo más conversaciones con los muertos que con los vivos. ¿A dónde pretendía guiarle?

     Lentamente, pensativo, bajo las escaleras y, mientras me acomodo en el sofá, me percato de que no he bajado el libro que había ido a buscar. Pero ya no me apetece leer; ahora prefiero dedicarme a degustar unas torrijas.

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