Virutas

Miro por la ventana la salida de un sol anaranjado. El termómetro marca mucho frío. Las manos me huelen al café que estoy preparando. Oigo en la radio a Fernando Savater diciendo que la gente culta se distingue de la que no lo es en el dinero que no les hace falta los fines de semana para divertirse. Pienso que la incapacidad para aburrirse es algo que tarde o temprano acaba degenerando en hastío, o lo que es lo mismo, en el aburrimiento de los cultos, un aburrimiento de la vida en sí, señal de que las cosas podrían ir peor. Se produce entonces un fenómeno deleznable y las palabras terminan significando solo cansancio, con la sensación acusada de que no llevan a ningún lado y de que no tienen fin, como cualquier circunferencia. Acaso la metamorfosis gradual que se manifiesta en la cotidianidad de los últimos años suponga una visión cuyo componente intencional se ha ido difuminando poco a poco bajo elementos que mezclan virutas de observación y sentencias intuitivas. El desinterés por la acción es evidente, pero mínimamente necesario para situar al sujeto ante el aburrimiento de lo rutinario y el halo misterioso que, en tales ocasiones, permanece tenuemente camuflado.



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