Migajas

Desde que me he levantado esta mañana no hago más que concluir que la realidad es un simple brote de sentido que no acaba de desplegarse nunca. Mientras tomaba mi café con leche con galletas mi humor se consolidaba en lo inefable y fue entonces cuando de improviso sentí el confuso impulso de la hermenéutica.
Una vez pasado tan penoso incidente salgo a tomar el aire al jardín. Las mañanas son frescas a finales de septiembre. Miro el horizonte y contemplo la diferencia entre recordar un sueño o un suceso. Me da la impresión de que esto no es real. Cómo me gustaría resetearme y que todo volviera a parecerme normal.
Lo confieso, el otro día tuve tiempo de calcular el número total de personas que han vivido desde que el hombre es hombre. Llegué a la conclusión de que sobrepasa en poco los cien millones de personas. Hace sólo unos lustros éramos la mitad y hace siglos éramos unos pocos millones. Quiere decir esto que los que estamos viviendo ahora mismo somos el 7 % de todos los nacidos, lo que me parece una cifra altísima.
Va transcurriendo la mañana y, con un profundo bostezo, termino de leer en diagonal —no he podido hacerlo de modo ortodoxo— Sumisión, la última y aburrida novela de Houellebecq. No es mi costumbre señalar los malos libros, pero sí las decepciones. Houellebecq se repite y aburre, es un conformista, 'qué le vamos a hacer'. 
Me levanto del balancín del jardín y pienso calderonianamente que lo mejor para el hombre sería no haber nacido. Apago Spotify, en el que estaba escuchando la radio basada en Tomas Luis de Victoria y pongo la otra radio, donde unos tertulianos siguen generando bostezos. No entiendo porqué algunos sugestionables individuos insolidarios que amenazan con saltarse una constitución quieren redactar otra. Haremos lo que nos dé la gana cuando y como queramos, debería ser el título primero y último de esta honesta ley suprema constituyente, siempre que las urnas la legitimen, claro.
Tiempos homéricos: el exitoso, el triunfador es como Ulises, astuto, mentiroso, listillo. No es un santo, como sí lo fue Sócrates, que murió respetando el engaño poderoso de una polis corrupta. Ahora, una vez cubiertas las necesidades solidarias satisfechas en las donaciones a las ONG, podemos ser los más egoístas del mundo sin sentirnos mal y, además, sin dejar de ser de izquierdas.

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