Nostalgia del Absoluto
Me recuerda que el hombre vive sumergido en una profunda nostalgia del Absoluto, un hueco antes ocupado por la certeza religiosa. Hoy, seguimos teniendo hambre de mitos y de explicaciones totalizadoras.
Me pone como ejemplo el escenario mitológico del marxismo, fruto del Romanticismo, una de las construcciones propias de la utopía social, de la salvación mesiánica y secular que siguieron a la revolución francesa y que pueden ser expresadas en términos de una épica histórica. Un escenario que habla del progreso del hombre desde la esclavitud hasta el reino futuro de la justicia perfecta. Como tantas construcciones del arte, la música y la literatura románticas, el marxismo traduce la doctrina teológica de la caída del hombre, del pecado original y de la redención final, a términos sociales e históricos. Podemos reconocer en la historia del marxismo cada uno de los atributos característicos de una mitología en la plena acepción teológica. Según cree ingenuamente Marx, el hombre lleva sobre su mente y sobre su cuerpo el emblema permanente de su estado caído: intercambia dinero en vez de cambiar amor por amor y confianza por confianza. En nombre de esta esperanza, tan poco conocedora del carácter del hombre, generaciones enteras de idealistas revolucionarios han sacrificado sus vidas en una búsqueda edénica del destino histórico del hombre, infligiendo un sufrimiento indecible a disidentes y herejes. Creyendo que son ángeles, los tratan como bestias. Un totalitarismo brutal que algunos interpretaban como la necesaria etapa de transición entre la lucha de clases y la utopía. Finalmente, el esperado jardín de las delicias sólo pudo ser una pesadilla en forma de terror burocrático.
Continúa diciéndome que el propio Marx sugiere una identificación de su papel con el de Prometeo. Hay una especie de cuadro, me dice, en el que se ve a la verdad esperando emboscada en un rincón a que el hombre se acerque, preparada para liarse con él a garrotazos: el divorcio del orden natural ocasionado por el robo del fuego es castigado con el aislamiento de Prometeo y con los ataques del águila contra él. Le recuerdo que su tesis no le permite hablar de objetividades tales como orden natural.
Parece que no me escucha y sigue contándome que para Claude Lévi-Strauss los mitos son los instrumentos de la supervivencia del hombre como especie pensante y social. Es a través de los mitos como el hombre comprende el sentido del mundo, cómo lo experimenta de una forma coherente para afrontar su presencia irremediablemente contradictoria y dividida. Una resolución imposible de unas formidables antítesis mediante los procesos puramente racionales. Sólo los mitos pueden articular esas antinomias universales y, así, encontrar explicaciones metafóricas para la escindida situación del hombre en la naturaleza. El hombre es, en la visión de Lévi-Strauss, un primate mitopoético. Me habla de una parábola hasídica que cuenta que Dios creó al hombre para que éste pudiera contar historias.
La verdad, me insiste, es más compleja que las necesidades del hombre. En realidad, puede ser completamente ajena e incluso hostil a esas necesidades. Fue una creencia profundamente optimista, mantenida por el pensamiento clásico griego y por el racionalismo europeo, que la verdad es amiga del hombre. La promesa que encontramos en el Evangelio de que la verdad nos hará libres se convirtió en un artículo esencial del racionalismo secular.
Parece que ya va a finalizar cuando me habla de que un ataque más sutil a la noción de verdad ha llegado con la Escuela de Frankfurt (Marcuse, Adorno y Horkheimer): la objetividad, la ley científica, las funciones fijas, la lógica misma, no son ni neutrales ni eternas, sino que expresan la visión del mundo, la estructura económica de poder, los ideales políticos de la clase dominante. El concepto de una verdad abstracta, de un hecho objetivo ineluctable, es en sí mismo un arma en la lucha de clases. La verdad, en su explicación, es en realidad una variable muy compleja.
Termina concluyendo que hemos utilizado principalmente la mitad izquierda de nuestro cerebro, la verbal, la mitad griega, la mitad ambiciosa, dominadora. En la descuidada mitad derecha está el amor, la intuición, la misericordia, las formas orgánicas más antiguas de experimentar el mundo sin agarrarlo por el cuello.