Alberto, Jung, Eliade y Salamendy

Ayer recomendé un libro a mi querido amigo Alberto y esta fue su contestación:

Lo estuve hojeando en la casa del libro, pero no me hizo tilín. Estoy descreído de la novela,  ni siquiera me atrae ahora Murakami o Houellebecq. Me lo he pasado bien con un libro de diarios de Iñaki Uriarte, breviario más que libro por su volumen, y ahora me dedico a Montaigne, que solo  había leído a través de Zweig. De momento lo veo antiguo y superficial, pero le tengo fe.

Por lo demás, perdido en la distracción continua, resolviendo la intendencia. No me voy a quejar, no me duele nada, y si estoy así es porque no soy hábil para estar de otra forma. Así me viene y no me resisto. Cierto es que últimamente me invadía cierta desazón, la sensación de que estoy quemando mi vida de forma absurda, sin ningún verdadero goce personal e íntimo. Bueno no es del todo verdad, más bien sin ejercer ninguna acción personal e íntima, era eso. Pero cuando peor me sentía, leí este para mí alegre y consolador párrafo de Leopardi, equivalente a medio kilo de prozac:
«El género humano no creerá nunca no saber nada, no ser nada, no poder llegar a alcanzar nada. Ningún filósofo que enseñase una de estas tres cosas haría fortuna ni haría secta, especialmente entre el pueblo, porque, fuera de que todas estas tres cosas son poco a propósito para quien quiera vivir, las dos primeras ofenden la soberbia de los hombres, la tercera, aunque después de las otras, requiere coraje y fortaleza de ánimo para ser creída»

El taoísmo habla del "cómo" funcionan las cosas, es casi un tutorial práctico sobre la vida. Leopardi da en el clavo con el "qué".

Gracias Leopardi. Qué descanso.


Como actividad reflexiva al correo de mi amigo, leo Mircea Eliade y Carl G. Jung, de Harry Oldmeadow:

Muchos temas captaron la atención de Jung y de Eliade: los simbolismos mitológicos, las disciplinas espirituales esotéricas, como la alquimia, la literatura mística de Oriente, los sueños y las estructuras del inconsciente, las patologías de la civilización moderna.

Las crisis del hombre moderno es en gran medida religiosa; una conciencia de falso vacío, una ausencia de sentido absoluta y, a veces, relativa. Alguien puso la idealidad a nuestro alcance: el culpable de la caída. A partir de ahí, echamos de menos la Verdad y la Felicidad. El hombre moderno no vive en un cosmos ordenado y con sentido, sino en un universo caótico -a medias-, opaco y mudo -a veces- en el que una experiencia religiosa incompleta (que todos experimentamos lo sepamos o no) sólo le indica lo que le falta. Tal es el legado de un cientificismo materialista, una religión de la materia, la razón y la nada. 

Eliade afirma que si Dios como idea y referencia absoluta no existe, entonces todo es polvo y cenizas. Todos queremos más (unos tener más y otros ser más), pero ese más es muchas veces una mera referencia ideal, religiosa, mística, inefable e inalcanzable, pero tan potente y poderosa que puede reducir una vida a las cenizas de la nada: esta es la responsabilidad del hombre como segundo creador. 

Frithjof Schuon dice que lo que caracteriza al hombre es su inteligencia total, es decir, una inteligencia que es objetiva y capaz de concebir lo absoluto. Esta capacidad de objetividad y de absolutidad referencial es una refutación anticipada y existencial de todas las ideologías de la duda: si el hombre puede dudar, es porque la certeza existe; del mismo modo, la noción misma de ilusión prueba que el hombre tiene o puede tener acceso a la realidad.
           
Whitall Perry opina que la investigación científica de la religión pone la silla de montar en el caballo equivocado, puesto que corresponde a la religión evaluar a la ciencia, y no viceversa.
Bueno, eso nos llevaría a los paradigmas de Kuhn.
                                                       
Según Jung, el conocimiento científico nos empobrece más que nos enriquece al aislarnos del mundo mítico donde juegan los arquetipos como «estructuras del inconsciente colectivo». Es consciente de la riqueza, la potencia y los elementos psicológicamente liberadores que hay en el cristianismo y en las tradiciones esotéricas, como el gnosticismo, el hermetismo y la alquimia. Todas las religiones, hasta las formas de religión mágica de los primitivos, son también psicoterapias que tratan de curar los sufrimientos del alma y los del cuerpo, que vienen del alma. 

Tanto Jung como Eliade estaban profundamente preocupados por la posición del hombre en un mundo en el que la ciencia había despojado de sentido al cosmos -¿despojando al orden de orden?-, socavado aparentemente los pilares de la fe religiosa y robado al hombre su dignidad espiritual. Deberíamos estar agradecidos a Jung y a Eliade por rescatar sus disciplinas respectivas de las garras de los materialistas. 

Jung anhelaba lo absoluto y la verdad, pero el choque de este anhelo con su vocación declarada, la de científico empírico y médico, creó en su interior una batalla que duró toda su vida y que le llevó a escribir muchas incoherencias. En esta batalla estamos todos, hipnotizados por las utilidades tecnológicas pero perdidos en una nada que hemos creado como un opuesto comparativo al paraíso ideal de una felicidad que ese mismo progreso nos muestra como alcanzable. Por eso Schuon concluye que debería hablarse de la quiebra del hombre, pues es él quien ha perdido la intuición de lo sobrenatural y el sentido de lo sagrado. Es el hombre el que se ha dejado seducir por los descubrimientos y los inventos de una ciencia ilegítimamente totalitaria.

Llega el final del día y Fabián Salamendy me dice: Les recuerdo que no poseo nada salvo a mí mismo en determinadas ocasiones.

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