Camino
Camino ciego por los oscuros senderos que se internan en el bosque. Los árboles me dedican saludos espectrales. Aquí y allá resuenan tenues crujidos como pasos de seres majestuosos que acompañasen mi afligido paseo. Cárabos escondidos cantan en la negrura ajenos a mi desdicha. Mientras, me dirijo cauto a la profunda cueva de negras paredes al encuentro de un alma desconsolada. La música de Roberto Gerhard resuena en mi pensamiento cansado que trata de recuperar una brizna de falsa lucidez en forma de confianza y de luz. De pronto los sonidos se disipan, los ruidos cesan, y el silencio resuena con estrépito. Me paro y busco con la mirada una sutil señal. Al fondo, entre la espesura de los arbustos, adivino una lampara imprecisa que zigzaguea acompasadamente. Alguien se me acerca con un lento caminar. Ven, es por aquí, me dice. No he podido contemplar su rostro. Le sigo a prudente distancia. El desconocido viste una túnica de lana desgastada y sandalias que dejan ver sus sucios pies. Camina apoyado en un bastón largo. Le oigo decir: Me he limitado a cruzar el mundo, a satisfacer en lo posible todos mis deseos y a prescindir de todos los que no podían contentarme, sin ir nunca en pos de los que no me era dado alcanzar. Deseé, obtuve y volví a desear, arrastrado por el torbellino de la vida. Sé todo lo que puedo saber acerca del horizonte terrestre; solo ignoro lo que hay más allá por no sernos permitido abarcarlo con la mirada. ¡Ay del insensato que levanta los ojos hacia aquella parte, y que en sus ensueños se cree superar a los demás en el conocimiento de los cielos! Adónde me llevas, Fausto, le pregunto con voz titubeante tras reconocer su voz. Es la noche cada vez más profunda, pero hay en mi interior una claridad que me guía. No es ni pura ni brillante, pero es una luz. Basta lo tenue para iluminar un mundo. Venías apesadumbrado caminando en las tinieblas. ¿Qué buscabas a estas horas por las siniestras profundidades? No soy capaz de contestar al espectro. Venía ciego, cierto es, pero buscando una presencia, nunca una respuesta. ¿Soy yo, acaso, la presencia que anhelabas? Por tu helado aliento diría que no. Tus formas espectrales no podrían jamás calentar mi soledad. Ah, ingenua criatura, dime, contesta, ¿cuantas presencias alejaron tal vacío a lo largo de tu vida? ¿Una? ¿Dos? ¿Ninguna? ¿Las formas ideales, quizá?