Yo soy el que soy; tú solo estás. El punto de referencia siempre muestra su mirada divina. No hay que
ser tanto, hay que
parecer más y disfrutar de la tiranía del
estar. El hombre crea su historia, actúa como un mago, pero miente. Recibe miradas de verdad, cree en la máscara que se puso para esa circunstancia. En la soledad, al fin, ante la inutilidad de las máscaras, el hombre no engaña, entonces disminuye su
estar, y puede hasta desaparecer. Me dice
Fulana de Tal: "Asistiendo al regreso de los muertos vivos. Considere que cuando se ausenta, el otro comienza a rellenar sus ausencias con anhelos que lo sostienen a usted, al ausente. Cuando vuelva, no insista en ser usted mismo porque el
rellenador de sus ausencias hizo construcciones mucho más excelsas de lo que usted es". Todo lo que es tiende a esclavizarnos. No tanto todo lo que parece. No basta con entornar los ojos. El desapego es más fácil con las apariencias que con el ser. El dolor es. Todo lo malo es. Sin embargo, lo bueno, la felicidad onírica, parece, nunca es. La razón es un instrumento que rebaja el ser de las cosas. Vivir es acostumbrarse a manejar delirios. La literatura debería despertar delirios olvidados. Son las creencias las que reestablecen nuestro estar. Acostumbran a parecernos falsas, pero reaparecen siempre: ese es su ser, la recidiva, la insistencia. Sin ellas estaríamos más perdidos de lo que estamos. El vacío, como un ser sin una conciencia que lo observe, emana unos efluvios de inconsistencia que se adhieren al posmoderno dotándole de una ansiedad apesadumbrada, muy impropia del vacío. En este caso, la lucidez no aprecia una realidad sino una irrealidad, como un poema vuelto del revés. No existe el vacío porque siempre regresan los prejuicios redentores.