“No debemos dejar que nos limiten la mente con teorías que solo llegan hasta cierto punto y que, si nos fijamos bien, no están en competencia con la fe, pero no pueden explicar el sentido último de la realidad”. Ratzinger. Sí parece que entran en conflicto con la literalidad de las Escrituras; quizás, esforzándose mucho, no con su simbología profunda. Los científicos desplazan la interrogación última. Pero ese empujón constante, no sé si progresivo, no termina de resolver la gran cuestión que, finalmente, solo responde el silencio. Los místicos callan en su soledad. La trascendencia consiste en no dar señales de vida. Dios calla, es un maestro del silencio. El papa Francisco no calla, no es místico: “El Big-Bang no se contradice con la intervención creadora divina, al contrario, la exige”. Creer o no creer en la causalidad. Esa es la fe esencial. Si creemos, la causalidad exige otro eslabón, el último o el infinito. Si no creemos, solo nos queda el caos, pero no como orden a descifrar, sino como capricho universal: igual de caprichoso que el Yahvé del Antiguo Testamento.